Desde pequeña, Julieta París ha estado siempre vinculada al deporte. No podía ser de otra manera. Sus padres eran atletas y, posteriormente, entrenadores -su padre todavía lo es en Stadium Casablanca-. Por su casa pasaron figuras de entonces como Javier Cortés o José Luis Mareca y, claro, ella también corría. Julieta creció entre pistas de atletismo, parques y concentraciones de verano y Semana Santa con atletas, pero siempre tuvo claro que su carrera era otra. «Quería ser psicóloga», sentencia. Por eso cogió la maleta y se marchó a estudiar a Salamanca, aunque tampoco ahí se olvidó de las zapatillas. «Entrené dos años con Rosa Colorado y alcancé mi máximo nivel como atleta, pero lo dejé por una operación y ya no volví a correr», recuerda.

A partir de ahí se centró en su gran vocación. «Tenía la certeza de que debía dedicarme a la psicología del deporte. El camino estaba marcado. Fui atleta y acompañé a muchos durante tantos años que aprendí que el crecimiento emocional y la gestión de las emociones son clave para rendir», expone. Su formación la completaría después con otra carrera, la de antropología. Esta aragonesa afincada desde hace seis años en Gerona se erigió en pionera de una disciplina aplicada al deporte in situ, «no en el sillón», siendo la única psicóloga aragonesa del deporte presente en unos Juegos Olímpicos. Fue el 2008 en Pekín, poco después de haber estado también en los Mundiales de Osaka como colaboradora de la Federación Española de atletismo, a la que había accedido en el 2006. «Fue muy difícil llegar a los Juegos. Por cada atleta, la Federación tiene una ratio de técnicos que pueden y muchos no pueden ir después de estar cuatro años preparando a su pupilo, pero yo tuve la suerte de que fueron los propios atletas los que solicitaron mi presencia y la de otra compañera psicóloga, que fue para el equipo de hockey».

Aquella experiencia le dejó claro que la mente de un deportista de élite y la de un ciudadano normal «funcionan diferente» porque «su cerebro está sometido siempre a un montón de estímulos» . Los deportistas suelen ser «personas muy responsables e implicadas, pero impacientes, Lo quieren todo para ayer», asegura Julieta. Es la eterna búsqueda de los resultados inmediatos. «Lo que le preocupa e impide rendir son aspectos de su vida personal, lo que desmitifica esa idea de que el deportista es un superhéroe que vive en su burbuja. Tiene las mismas preocupaciones que el resto: de pareja, de autoconfianza… Creo que todo psicólogo del deporte debería saber cosas de psicología clínica», afirma.

Al abordaje

Porque no se trata solo de trabajar la mente en busca de mejores resultados, sino de acometer un abordaje más profundo. «Cuando trabajo con deportistas no busco solo cómo rendir más, sino qué significa el deporte para ellos, por qué están ahí y cómo quieren realizarse a través de ello», sostiene. Y ellos responden. «No esperan esas preguntas, pero lo agradecen. Es la pieza que les faltaba. Dedican muchas horas al deporte y agradecen de verdad que alguien les dé valor más allá del resultado. Utilizo meditación, hipnosis o mindfulness-en cuya aplicación al deporte también fue precursora- y funciona de maravilla. Detecto una tendencia a crear un vínculo diferente con el paciente deportista y eso es por su sensibilidad y ganas de salir de su personaje y de ser escuchados y admirados por lo que son».

Es, pues, una cuestión de personalidad. La misma que, en su opinión, ha protagonizado ciertos escollos que se ha encontrado por el camino en un mundo meramente masculino. «Reconozco que he tenido mucha suerte y que no me ha topado con machismo, sino más bien con problemas relacionados con personalidades diferentes». Para Julieta, en todo caso, la psicología del deporte «es una hermanita pobre del deporte a la que se recurre solo en casos de extrema necesidad. Los atletas que acuden a ella vienen en situaciones muy desesperadas».

De hecho, esta aragonesa recela de cierta sensación de que la psicología está de moda en el deporte. «Es una falsa moda. El psicólogo del deporte es un puesto que debería estar por derecho en los cuadros médicos o técnicos, pero nunca tenemos la certeza de poder viajar a competiciones con los equipos porque es más fácil dejar en tierra al psicólogo que al fisio, por ejemplo, Somos más prescindibles, a pesar de que es un entrenamiento de la mente».

¿Y el fútbol? Aunque la aragonesa no ha trabajado con equipos sí lo ha hecho con entrenadores «y el trabajo individual con él ha repercutido positivamente después en el rendimiento del equipo», afirma Julieta, que participa en un proyecto europeo para la prevención del abuso al menor en el deporte y cómo ese trauma puede afectar al deportista.