Apenas había cumplido la mayoría de edad cuando se proclamó, por primera vez, campeona de Europa y del mundo de patinaje en línea. Desde entonces, no ha dejado de ganar. Ni en el deporte ni en la vida. La deportista española más laureada de la historia, con 15 títulos mundiales y casi un centenar de medallas entre campeonatos de Europa y del mundo, es la pionera por antonomasia. Ella abrió un camino que ahora recorren muchas. En tiempos mucho más difíciles para las mujeres, Sheila Herrero fue un referente. En todo y para todos. Hoy, a los 42 años y 15 después de su temprana retirada, Sheila enseña a patinar y a vivir. Oro puro, como la medalla de la Real Orden del Mérito Deportivo que recibió en el 2000. Desde su escuela de patinaje, no ha perdido un ápice de ilusión. «Llevo siete años en la pista de hielo instalada en Puerto Venecia, dando clases y organizando eventos. Soy feliz», asegura.

De hecho, Sheila estuvo cerca de ser olímpica en patinaje sobre hielo, pero la falta de apoyo institucional le convenció de la idoneidad de decir basta y poner fin a su exitosa carrera para centrarse en su vida personal. Pero no pasa un solo día sin que alguien se le acerque para hacerle la gran pregunta. Sí, es Sheila Herrero. La gran campeona. El origen de todo. «Mucha gente se apunta a la escuela porque estoy yo y eso me encanta. Pensaba que la gente se iba a olvidar de mí, pero al revés. No hay un solo día que no me emocione porque alguien me reconoce. Eso me hace sentir un referente del patinaje español y estar orgullosa de lo que he conseguido». Incluso, una plaza del barrio de Torrero lleva su nombre. «Es lo más bonito que me ha pasado en la vida».

ANOREXIA Y BULIMIA

Pero su acceso al Olimpo estuvo plagado de obstáculos mucho más difíciles de sortear que en la actualidad. «Era complicado entrenar en carretera yo sola, con mis padres o algún periodista ayudándome para que no me atropellaran o multaran. Era muy complejo», recuerda la aragonesa, que valora el profundo cambio experimentado desde entonces y del que disfrutan las nuevas generaciones. «Ahora es muy distinto. El tema del deporte femenino ha cambiado y disfrutamos en España de muchísimas campeonas en todo: fútbol, gimnasia rítmica, bádminton y un montón de deportes más. De hecho, estadísticamente, las mujeres logran más medallas que los hombres en los Juegos Olímpicos. Nos ha costado mucho, pero estamos superando la barrera del machismo, nos estamos haciendo valer y los hombres ya saben que estamos ahí», se congratula.

El sacrificio, pues, valió la pena. Y mucho. «No pude tener una vida como la de mis amigas del colegio. Ni irme de campamentos, ni discotecas, ni salir de noche…. pero no lo eché de menos entonces ni lo hago ahora porque eso no me gustaba. Lo que yo quería era viajar por todo el mundo, disfrutar y patinar. Y, sobre todo, subir al podio y escuchar el himno de España. Soy muy española, muy aragonesa y muy maña».

El deporte femenino lleva años en auge aunque lo mejor, para Sheila, está por venir. «Antes, cuando iba al gimnasio era de las pocas chicas que lo hacía, pero ahora todo el mundo hace deporte y eso es muy bueno». Su esfuerzo y sus logros guiaron a anónimos o futuras estrellas, como Nerea Langa, su «niña». «Siempre hemos sido muy cómplices. A ella, como a mí, también le enseñó su padre. Con 17 años ha logrado ya muchos títulos, ha participado en los Juegos de la Juventud… Tiene un futuro impresionante y la quiero con toda mi alma».

Con ella también lleva a cabo esa labor pedagógica que realiza con los niños de su escuela. O en las charlas de forma altruista con colectivos profesionales. Pero en esos escenarios Sheila no solo habla de deporte. Habla, sobre todo, de vida. De su vida. Y de su mayor logro. Más que cualquier medalla. Su triunfo ante dos enemigos temibles: la anorexia y la bulimia. «En mis charlas en escuelas y hospitales digo que el deporte es el mejor estímulo para estar a tope y superar enfermedades tan crueles como estas. Hay que ser feliz y valorar la vida», expone.

Sheila conquistó su primer título mundial, en Francia, con 64 kilos. Era el año 1994 y «ni siquiera mi seleccionador creía que lo iba a conseguir». El último entorchado, 20 años después, llegó cuando la aragonesa pesaba menos de 48. «Me siento muy orgullosa de haber logrado superar aquello. Quiero ser un ejemplo de cómo se puede salir de algo así, aunque es muy duro». A la hora de señalar culpables, Sheila lo tiene claro. «Estaba en un equipo profesional norteamericano y me exigían perder kilos. Muchos. Y eso que ya era campeona del mundo. Las exigencias eran increíbles. También cuando viví en Italia, donde, del mismo modo, competía y ganaba. Pero lo pasé muy mal», recuerda. En Los Ángeles, además, sufrió una «especie de racismo» por parte del equipo. «Me llamaban la gitana dorada porque era hispana, muy morena, y había logrado muchos oros. Lo pasé mal porque me trataban despectivamente, pero cuando llegaban los campeonatos, yo ganaba».

Sheila era una aprendiz de la vida y ahora enseña sus experiencias en Colombia, Chile o Argentina, donde enseña a los niños, principalmente castigados por la pobreza, la importancia del deporte. Y de salir adelante. «He aprendido a ser más fuerte. No tengo carrera, pero sí mundología. ¿Sabe? Algún día escribiré un libro», promete.