Una anciana sevillana de 86 años ha sido desalojada judicialmente de la vivienda que habitaba desde hacía 30 años por olvidarse de pagar una mensualidad de alquiler: 39 euros. Rosario Pudio, la involuntaria protagonista de esta vomitiva historia real, está enferma del corazón, anda apoyada en muletas y cobra una pensión mínima. Todos los ingredientes, vamos, de una de esas historias dickensianas de mugre, miseria y darwinismo social que, para nuestro sonrojo, aún se siguen produciendo aquí.

Pero no se quedará en la calle. La recogerá una sobrina compasiva... que ya tenía a sus suegros viviendo en el salón de su minúsculo piso. Gran institución la familiar, que evita que la suma de todas estas pequeñas atrocidades de la vida cotidiana acaben reventando en una nueva toma del Palacio de Invierno o en un sangriento motín un día y otro también. ¡Y qué triste espectáculo el de un país organizado y moderno, capaz sólo de movilizarse para defender los derechos sagrados de la propiedad!

Que le hablen ahora a Rosario de justicia social, de la temida burbuja inmobiliaria o de las fantasiosas promesas electorales. Con suerte --y porque la lupa de los medios de comunicación que se han ocupado de su caso tiene mucho aumento-- le espera el asilo de ancianos donde hacer recuento de la magra solidaridad humana y de toda una vida de privaciones. Y el olvido seguro de una sociedad fascinada por el próximo monstruo de dos cabezas.

Hay días que avergüenza ser hombre.

*Periodista