El mundo del absurdo existe y es una realidad; lo irracional o contrario a la razón; la conducta extravagante o anti norma; lo inútil o inadecuado; el latinajo surdus , significa «sordo», y es un concepto real, para hacerse –modernamente– el «sueco» o presidente, vicepresidente/a o ministro/a y señalar que no se entienden los vocablos ni las aptitudes, pues las conductas son contrarias a la norma o convención; son disonantes, como si estuvieran en ámbito musical, y desafinan como sonidos desagradables al oído. El «absurdo» contiene dos sentidos: a) lo contrario a la razón y b) lo irrazonable por inepto, insensato y estúpido. Cuánto absurdo hay por el mundo, ya que el mundo y el número de estúpidos son infinitos. Antes el ignorante, el iletrado, el analfabeto, el indocto deseaba aprender. En el progresismo «paracultural» democrático, el indocto copia la tesis y el resto de los incultos y analfabetos presumen de serlo, siendo además premiados con «la pedrea» de ministerio.

No me gusta exagerar, pero es indudable que existe, y además engendran de forma vertiginosa, un considerable número de torpes y necios que brillan con aires de arrogancia y que aceptan sin inmutarse lo extraño y lo circunstancial, resaltando que le importa muy poco lo que les pase a los demás, ignorando totalmente el concepto de fraternidad y convivencia. El hombre necesita la tribu, la reunión, el apoyo de los demás, no hablaría sino tuviera quien le escuchara; no caminaría sino sintiera la necesidad de buscar compañía; no procrearía si no deseara calmar su deseo sexual y erótico en esa dicotomía con el romanticismo; en ese juego travieso, picante, obsceno, que busca la caricia que abre puertas al amor. En los medios de información se narra lo absurdo como ficción y los personajes se mueven con sentido irreal de la vida y crean paradigmas o modelos para seguir, los acontecimientos ilógicos, humorísticos, crueles, sin sentido que suceden en nuestra maléficamente improvisada cultura democrática, patrocinando el concepto de lo «absurdo», que florece con facilidad como metamorfosis o transformación biológica, típica en insectos, crustáceos y anfibios con formato de bípedos humanos que se sientan en los parlamentos.

Hoy día tenemos un especial escenario donde encontramos el circo dramático del absurdo: en la política. Donde se rebasa plenamente la lógica y pese a ello no nos alarma la insensatez ni el descalabro; los ingredientes del engaño, de las promesas incumplidas, las mentiras como arte de hacer creer en un buen final; ni Platón ni Maquiavelo están exentos; la libertad de expresión ampara la inmoralidad y la mentira y justifica la «posverdad», «palabra del año» (2017) que se incorporó a nuestro diccionario.

Me impresionó leer La metamorfosis , de Kafka, como una obra absurda al transformar a un joven en insecto; pero más absurdo aún fue su caminar por el escenario de la historia entre la familia. Novela traducida al español como La transformación , por su cambio a insecto, parecido a una cucaracha, y nadie en su familia comprende que siga pensando todavía como un ser humano. La imaginación, la fantasía, no deben tener límites en la mente humana, pero el «absurdo» debe ser frontera del raciocinio o facultad de la misma para entender, razonar y tomar decisiones; ese raciocinio nos hace distintos a las demás especies de seres vivos; la reflexión, cavilar, entender, juicio o criterio, están vinculados a la inteligencia del individuo . Los animales actúan solo por instinto. H