Siglos de innumerables agravios confieren a la mujer el derecho a reivindicar con toda justicia la igualdad de género, equidad hoy de plena vigencia sobre el papel (al menos en el ámbito social de Occidente), pero no tanto a pie de calle, cuando la implacable realidad hace valer diferencias inaceptables en salarios, oportunidades y cualesquiera otra especificación que se evalúe, siendo una de las afrentas más notables el acoso laboral y sexual, cuyas víctimas son en la práctica totalidad mujeres, al tiempo que los ejecutores suelen pertenecer al género masculino.

Sin embargo, incluso en este caso extremo de ultraje, sería una concepción muy simplista y errónea la percepción de una guerra de sexos en la que cualquier varón pretende abusar de toda fémina a su alcance. De otro lado, un machismo tan arraigado y secularmente implantado, tiende a perpetuarse merced a la complicidad de muchas madres que generan enormes diferencias en el seno familiar y aceptan como natural, si no de origen divino, la prevalencia masculina. Todo lo cual nos lleva siempre a considerar la educación como clave para llegar a una solución definitiva del problema.

La denuncia social del acoso ha sido recogida con particular calado en la literatura, tanto de carácter testimonial, como de ficción y realismo comprometido. No hace mucho Lilica Lilic leía su tesis doctoral sobre la novela española del siglo XXI, analizando seis obras entre las cuales figura la obra de Juan José Millás sobre el 'caso Novenka,' así como mi primera novela, 'Danza de máscaras'. Las conclusiones de esta tesis son muy claras y avaladas por la psicología, en orden a considerar la aproximación literaria de especial validez para revelar todos los matices del acoso, la personalidad de los agresores y las humillantes vejaciones que sufren sus víctimas.