Por regla general, los debates internos de los partidos políticos suelen ser, en efecto, íntimos. Rara vez sus secretos de alcoba se ventilan al exterior de sus convencionales matrimonios con el poder. Por eso, cuando en alguna rara ocasión, como la que ahora mismo está padeciendo el Partido Popular, sus adulterios y saltos de cama acceden a la corriente de la opinión pública, el interés de los medios está garantizado.

Cuando se produce una situación de división interna hay que analizar, fundamentalmente, dos aspectos: el cariz de sus protagonistas y los objetivos que les mueven a disensión. Si se trata de Alberto Ruiz Gallardón, por ejemplo, quien enarbola la bandera de la diferencia, y lo hace públicamente, sus votantes tendrán derecho a conocer con profundidad cuáles son las razones que motivan su díscola actitud. Si su malestar se debe a causas orgánicas o ideológicas; si está en desacuerdo con la figura y los postulados del líder; si ofrece o no una alternativa seria. Ahora que ha retirado su candidatura, nos quedaremos sin algunas respuestas a estas preguntas.

Si el díscolo es, por ejemplo, el aragonés José Atarés, deberemos saber, asimismo en profundidad, qué derechos ha visto o creído ver vulnerados en los procesos de gestión interna; en qué principios orgánicos o ideológicos disiente; y cuál sería su proyecto para gestionar en el futuro las instituciones aragonesas. Porque, de lo contrario, esto es, de no concurrir, al amparo de su actitud rebelde, ningún contenido teórico, deberemos deducir que sus movimientos obedecen a las leyes magnéticas del poder, que a veces atraen, a veces repelen, e incluso pueden llegar a fundir o a quemar los polos opuestos.

De Alberto Ruiz Gallardón sabemos, pues así lo ha dicho él mismo, que se considera un político de centro. En la línea, por lo tanto, de un actualizado Adolfo Suárez. Su malestar procede, según su análisis, de la derechización del partido, escoramiento al que culpa oblicuamente a Aznar y de manera directa a Esperanza Aguirre. Gallardón, además de para mantenerse en el poder, dice esforzarse por modificar el pensamiento único al que al parecer él y los liberales centristas han estado sometidos durante años de autarquía ideológica. Si finalmente, después de un fiasco como el del congreso regional, se anima aún a disputar a Rajoy el liderazgo del PP, puede que la derecha sea menos casposa. Quizá Gallardón profundizaría en el Estado de las autonomías, eludiría los conflictos bélicos, apoyaría la unión de personas del mismo sexo, se haría ecologista y quién sabe, a diferencia de CHA --¡esas fotos de sus pontífices en los toros, en señorial barrera, disfrutando del tormento de la lidia!-- antitaurina. Habría un cambio.

Sin embargo, Pepe Atarés, a diferencia de Albertito, todavía no ha explicitado los motivos de su encono. No sabemos si se considera más liberal, centrista, ecologista, pansexual o antitaurino que Gustavo Alcalde, o si su pulso responde simple y laxamente a la lucha por el poder. Atarés, en la época en que dirigió la Alcaldía zaragozana, tuvo ocasión para predicar el centrismo, pero su gestión se recuerda hoy como un modelo de mero continuismo. ¿Cuál es, entonces, su recambio?

*Escritor y periodista