Lo que iba a ser una mañana dominguera de fútbol se tornó en tragedia. Los violentos que envuelven sus demencias en los colores de tantos equipos se habían citado previamente para medirse en una pelea. No debe ser suficiente para esas mentes criminales acudir a la llamada del deporte para disfrutar o sufrir con lo que ocurre sobre el césped, la competición reglada entre 22 jugadores que intentan con sus habilidades y estrategias elaborar un espectáculo de técnica y pundonor. Esas percepciones son demasiado sutiles para ellos, asilvestrados en busca del refugio de la manada, tornándose avanzadilla y fuerza de choque de una afición a la que de ninguna manera pertenecen. La gente que de verdad se emociona con el fútbol es de otra pasta, del estilo de la que ayer se veía intercambiando las bufandas del Atlético de Madrid y del Depor durante el encuentro, sabedores de lo que horas antes se había cocido fuera del estadio. Quizá, sin conocer todavía, el fatal desenlace. No es la primera vez y, vistas las contemplaciones que la mayoría de clubes tienen para embridar a sus ultras, puede no ser la última. ¿Qué análisis abrirá la Federación Española de Fútbol ante los hechos de ayer? O porque ocurrió en la calle y no en el estadio se debe tramitar como un asunto de orden público, sin más debate. Y si llevaban días citándose por las redes sociales con la vía pública como campo de batalla, alguien con responsabilidades no tomó las adecuadas previsiones de seguridad.

Periodista