La idea de la muerte le era tan antagónica que sus amigos hemos tardado en asumirla, en entender, sin comprender, que Mariano Hormigón ya no estará más entre nosotros.

Lo seguirá estando, desde luego, en nuestra memoria, que le será fiel de una manera natural, constante y próxima, por la simple razón de que personas como él no pueden olvidarse. ¿Cómo olvidar su risa, su sonrisa, su gran abrazo, la confianza que inspiraba su mano siempre tendida?

Cómo olvidar su espíritu intelectual y solidario, tan humano, tan profundamente humano. Cómo olvidar ese rostro lleno de buenas intenciones, siempre con la sonrisa asomada, siempre sincero, animoso, creativo, feraz. Cómo olvidar sus luchas, sus utopías, su propio peso y significado en el mundo que le tocó vivir, mundo contradictorio, a menudo convulso, en cuyo proceloso océano ideológico él navegó con la inocencia de un velero impulsado por el viento de la justicia social.

Porque la figura de Mariano Hormigón no se puede asimilar sin cotejarla con los grandes desafíos ideológicos del último tercio del siglo XX. Con la utopía comunista, en la que tanto creyó, y por cuyo ideal igualitario tan generosamente luchó en todos los frentes. Con la democracia, nuestra asignatura pendiente, que él contribuyó a asentar, junto con tantos de sus camaradas. Con la ciencia, su gran pasión, qué él supo asimilar y didácticamente transmitir.

Cómo olvidar sus llamadas, su conversación, sus proyectos. Algunos de los cuales, por cierto, como los congresos matemáticos que con tan buena mano supo coordinar, contribuyeron a prestigiar la ciudad de Zaragoza. Una ciudad que debe múltiples aportaciones a Mariano Hormigón.

En el plano periodístico, era un excelente columnista. Acido y crítico, cuando había que serlo, pero siempre elegante, siempre interesante, siempre ocurrente. Su punto de vista profundizaba en los asuntos de actualidad, pero también en los temas de fondo, en el poder, en la corrupción, en la libertad de expresión. Puede que Mariano hubiese dejado de creer en la revolución como praxis, pero sus postulados seguían abundando en ese humanismo marxista que nunca llegan a abandonar del todo los verdaderos intelectuales de izquierdas.

Hubiera sido ahora, en su edad madura, cuando todo ese enorme bagaje de lecturas, estudios, experiencias teatrales, viajes, militancias, confrontaciones, reflexiones y sueños en los que se ahormaba su vida le habría servido para modular un pensamiento más rico, expresado con el vuelo de una pluma ya curtida, pero el absurdo de una muerte inesperada nos ha privado de ese placer, y de ese legado. Deberemos conformarnos con los que nos dejó, que también es mucho, y valioso.

Siempre lo recordaré el día en que se casó con Elena, delante de un capitán de barco con su uniforme de gala, delante de tantos amigos que le querían de verdad. Aquella ceremonia fue un canto a la amistad, un canto a la vida.

La vida rica y generosa de Mariano Hormigón.

*Escritor y periodista