Dignidad es la palabra nuclear en democracia. Más que la libertad de voto o la de expresión, esencia el derecho que las personas tienen a participar, ser tenidas en cuenta y reconocidas en su sociedad. No cada cuatro años. Todo el tiempo. Y ese fue el nombre elegido para englobar las reivindicaciones de las marchas que el 22-M confluyeron en Madrid. Movilizaciones llegadas desde todos los lados, coordinadas y pacíficas, articuladas en torno a diferentes causas y de marcado protagonismo ciudadano e intergeneracional.

No han quedado claro los cómos y los porqués del posterior emborronamiento (se piden responsabilidades en todas direcciones), pero en el momento que la calle empezó a arder la atención se desvió y el verdadero mensaje se quemó como un papel de fumar propiciando un cortafuego que ha evitado que el Gobierno siquiera se chamusque pese a la potencia de la protesta. Por si fuera poco, la circunstancia añadida de la estirada agonía y muerte de Suárez venía a solapar aún más el clamor de quienes en realidad padecen las medidas políticas y económicas que se adoptan a día de hoy.

Pero lejos de eso, la desmemoria del expresidente que recorrió políticamente un camino minado hasta que dignamente dimitió no ha dado coartada ni respiro a quienes han ido heredando sus responsabilidades, sino que ha rubricado hasta qué punto quedan en evidencia en el contraste. Va de encrucijadas. La España de los setenta era la última dictadura de la Europa occidental; hoy es el país de la OCDE donde más han crecido las desigualdades desde la crisis; y si hablamos de futuro, su juventud es la más pobre del continente, según Eurofound.

Si existe algo parecido al espíritu de la Transición no es el de una visión idealizada del pasado. No es esa la lección que desprende el epitafio de Suárez: La concordia fue posible. Hoy como ayer, el grito social hace imprescindible un cambio de rumbo. Banalizar y criminalizar protestas cívicas, parapetarse tras la confusión y disparar denuncias y silencios desde barricadas mentales es propio de cínicos a los que se les cae de la boca la palabra consenso. Es cierto. Hay antisistema. ¿Pero en qué lado? Periodista