El pasado lunes 16 de diciembre me quedé maravillado al ver la portada de EL PERIÓDICO DE ARAGÓN. Me pareció un reflejo de nuestra condición humana en una de sus peores partes. El titular a 5 columnas era nítido y claro: Acuerdo tímido, decepción planetaria, haciendo referencia al estrepitoso fracaso de la cumbre del clima celebrada en Madrid. Justo debajo, y sin que se tratara de una broma de mal gusto, se titulaba La Navidad de 22 metros con una impresionante foto del árbol de Navidad lleno de iluminación situado en la plaza Paraíso de Zaragoza. Un modelo de árbol, que por cierto he visto esta Navidad también en Jaca y en Castro Urdiales, eso sí estos últimos con algún metro menos, siempre ha habido clases. Y ya en la esquina inferior se titulaba Amenaza contenida del Ebro, haciendo referencia a la crecida del Ebro, que fue más bien un susto. Esta crecida tuvo lugar por altas precipitaciones, evidentemente, pero también porque las temperaturas en las cuencas altas fueron elevadas y esas precipitaciones no fueron en forma de nieve, sino de agua que a su vez arrastró parte de la nieve caída anteriormente.

El mundo afronta un reto, probablemente sin igual, ante el cambio climático. La visión de los científicos en torno a este fenómeno no deja lugar a dudas: tenemos un problemón. Esa opinión científica va calando poco a poco en la ciudadanía, y por ende los políticos hablan de ello, de hecho la gente, los políticos, casi todo el mundo piensa que hay que tomar medidas: y entonces van y encienden un árbol de Navidad de 22 metros.

Vivimos en una época algo infantil, en la que afirmamos ver la relación causa consecuencia (emisiones de CO2, cambio climático), incluso vislumbramos los efectos negativos que padeceremos en primera persona (más inundaciones y más sequías), pero no somos capaces de aceptar la responsabilidad de nuestros actos: la culpa es de los chinos o de Trump, nunca nuestra.

El problema de fondo (como con casi todo) es ¿quién paga? Podemos decidir intentar mitigarlo ahora o pagar más en el futuro para adaptarnos a él, podemos pagar nosotros o nuestros hijos, los españoles o los chinos etc. Como es lógico nadie quiere ser el pagano, porque aunque el cambio climático es un problema muy serio y empezamos a ver (o padecer) consecuencias directas del mismo, mi árbol de Navidad, el mío, es tan bonito que me hace feliz.

*Profesor y economista