Me gustaría que este artículo tuviera música y de ser así elegiría un fado de Amália Rodrigues, que me acompañara desde Lisboa hasta lugares recónditos donde quedar a salvo de la necedad humana; hasta paisajes desérticos, lunáticos, paisajes de poesía desnuda y de sueños hermosamente vulgares. Pero este artículo no tiene música porque no hay viaje que valga, ni lugar donde poder esconderse de la falta de rigor y de criterio, diría incluso de escrúpulos, que es el tono y color que en estos días todo lo cubre y descubre.

Porque aquí sí importa algo es la imagen y el cálculo electoral, sin tener en cuenta el número de vidas que hay en juego y sin pensar en lo que sucederá cuando la confianza hacia los que nos gobiernan se pierda de forma dramática, porque estos así lo han ido construyendo al convertirnos en sus marionetas, en sus títeres obedientes ante unos discursos violentos, en ocasiones, hilarantes, en otras, y profundamente erráticos casi siempre.

Nos han dicho de todo. De todo lo que debíamos hacer y no hacer al mismo tiempo y andamos locos buscando una puerta de emergencia que no existe. Es todo un lío colosal y de repente lo que dice la Agencia Europea del Medicamente, a la que los países europeas convirtieron en su día en la gran referencia sobre la efectividad y seguridad de las vacunas, ya no es tan importante y Europa, que parece anestesiada y asfixiada por esa masa viscosa y dolorosa que son los mercados, ahora no escucha a la EMA, que asegura que la vacuna de AstraZeneca es segura para toda la población, y niega su administración a los menores de 60 años, dejando con una sola dosis a miles y miles de personas que no saben qué pensar, que no entienden nada, que se sienten abandonados y burlados y lo peor de todo: no confían porque una y otra vez han sido engañados y están cansados, estamos cansados de sus moralejas políticas baratas y nos gustaría que alguien de verdad nos explicara que hay detrás de todo lo sucedido con AstraZeneca, que alguien de verdad nos dijera si acaso Moderna y Pfizer no provocan efectos secundarios y por qué no tenemos acceso a las vacunas china y rusa, como si los científicos de estos dos países no fueran tan listos como los científicos occidentales.

Hay una enorme casuística, casuística medieval, y todo se cuenta y analiza en directo en una forma indecorosa para tenernos atemorizados y sometidos. Sigue sonando Amália Rodrigues en mi viaje imaginario que me lleva hasta lugares recónditos sin salir de mi habitación y cuando vuelvo la vista hacia las calles de mi ciudad, que está gris y hoy llora, pienso que sí: la ciencia y le medicina estuvieron y están a la altura; la política, tristemente, no.

PD. A mi querido Carlos López Otín