Tras la infinidad de pruebas terminológicas a las que en los convulsos años 60 del siglo pasado fueron sometidas distintas sustancias cuya ingesta estimulaba la ampliación e intensificación de la conciencia, hubo un acuerpo bastante amplio para denominarlas enteógenos. La palabra deriva de la griega entheos (dios adentro), utilizada en el mundo antiguo para designar los trances proféticos, la pasión erótica, la creación artística y los estados místicos obtenidos con pócimas, ungüentos, polvos, etc. obtenidos de plantas que se consideraban consustanciales a la propia deidad.

Uno de esos arrebatos tenía lugar en los Misterios de Eleusis, donde los participantes ingerían una bebida elaborada con cornezuelo, un parásito del centeno, que es también la sustancia con la que trabajaba Hoffman cuando fortuitamente sintetizó el LSD en 1943. De modo que no hay tanta diferencia entre los profesionales creativos de Sillicon Valley que consumen entre 10 y 20 microgramos de LSD cada tres días para estimular su creatividad y los iniciados en los misterios en honor a Deméter y Perséfone. Ambos son psiconautas, neologismo propuesto por Jünger para calificar a los viajeros del fascinante mundo que alberga la mente. Comparten ese hábito con otra clase de aventureros, como los huicholes y mazatecas que consumen ritualmente peyote, las gentes de Gabón, Camerún y Guinea Ecuatorial que dan un uso idéntico al iboga, las brujas de la Edad Media europea que se administraban belladona, estramonio, beleño y ciertas sustancias de la piel del sapo para realizar sus viajes, los chamanes euroasiáticos asiduos a la amanita muscaria, etc. Desde hace un tiempo, las clases creativas de California realizan estancias de entre una semana y diez días en Perú por hasta 11.000 dólares para consumir otro apreciado enteógeno, la ayahuasca, íntimamente unida a la vida de distintas etnias del Amazonas y sus afluentes.

En España se estima que cada fin de semana alrededor de 800 personas ingieren el remedio asistidos por maestros nacionales, la mayoría formados en las selvas de Ecuador, Perú o Brasil, que han construido un ceremonial adaptado al carácter del nativo occidental. Del mismo modo que las microdosis de LSD que ingieren los tekkies de Silicon Valley, el consumo actual de ayahuasca tiene también sus antecedentes en los años 50 y 60. En 1953, William Burroughs, después de probar toda clase de sustancias alteradoras de la conciencia, ingirió por primera vez la pócima en la selva colombiana. Una década más tarde publicó con el poeta A. Ginsberg las cartas que uno y otro se escribieron desde Colombia y Perú contando sus experiencias. Otro importante personaje en la historia de la divulgación moderna del enteógeno amazónico es el escritor y psiquiatra chileno Claudio Naranjo, que comenzó a realizar terapia y clínica con él.

Sin embargo, la historia de la relación de Occidente con la ayahuasca data de mucho antes. Ya en los años 30, por ejemplo, el Mestre Irineu creó en los alrededores de Rio Branco (Brasil) el culto religioso Santo Daime, nombre que designa a la pócima. Una parte de esa Iglesia, popularmente conocida como la Lina do Padrinho Sebastiao, es responsable de la expansión internacional del culto, que ya tiene seguidores en varios países de América (incluidos Estados Unidos y Canadá), Europa (principalmente Holanda y España), Asia y África. Tanto ha sido el éxito y la expansión del brebaje durante todo el siglo XX, principalmente en su segunda mitad, que la Plant Medicine Corporation llegó a patentar la ayahuasca como antidepresivo. Afortunadamente, las movilizaciones que desde 1995 protagonizó COICA, una coordinadora que agrupaba a 400 etnias de la cuenca amazónica, forzó que el 27 de junio del 2003 la empresa norteamericana aceptara la expiración de la patente.

Hoy 18 de octubre a las 19.00 horas, la Asociación Aragonesa de Sociología ha organizado un coloquio en el Centro Joaquín Roncal para hablar de los usos y propiedades de madame Ayahuasca con un experto, Pep Cunyat, presidente de la Asociación La Maloka.

*Facultad de Economía y Empresa