No sé si estamos polarizados, pero de lo que si estoy segura es que están intentando atontarnos todavía un poquito más. No podemos elevar a acontecimiento histórico todo lo que nos sucede cada día, no nos caben tantos héroes ni tantas historias humanas sin que nos acabemos de volver idiotas. Mientras que los cuentos infantiles tienen cada vez menos tintes inocentes el relato de la vida adulta ha derivado en una sucesión de coreografías en la nieve, en los hospitales, de reiteradas imágenes anecdóticas de protagonistas que acceden heroicamente a su trabajo o pásmense, de estrellas televisivas que han tenido que subir al metro ¿En qué momento nos empezó a parecer esto lo normal? ¿Cuándo nos ocurrió que coger una pala para sacar la nieve se convirtiera en un hecho político? Mientras en Estados Unidos llevar mascarilla te coloca de lado de los rojos o los azules, ahora aquí lo disruptivo es colaborar con tus vecinos.

Esta férrea cultura individualista que se ha ido imponiendo nos presenta la realidad como la suma de hechos particulares sin entrar a analizar los problemas de modo comunitario.

Esta fragmentación nos hace más débiles como sociedad civil y más vulnerables a la dicotomía que ahora se nos quiere presentar, o el Estado tiene que ser omnipotente y omnipresente o ya será el mercado y el voluntarismo quienes actúen como agentes efectivos. Díaz Ayuso tiene un listado de empresas para cada ocasión, que publicita convenientemente en redes, ya sea para la alimentación infantil, las pruebas de diagnóstico del virus o el reparto de ayudas en casos de temporal. Pero más allá de la anécdota en la que también estoy cayendo, el riesgo está en todos los sitios, es inviable el avance de una sociedad cada vez más compleja e interconectada sin la ayuda mutua.

Los países del norte de Europa con un bagaje de corporativismo social más elevado que el nuestro siguen encabezando los estándares de calidad democrática. Una ideología de compañerismo social, que no pretenda cubrir los déficits del Estado pero sea consciente de su necesaria aportación como agentes, y la ausencia de una mentalidad de ganador total es imprescindible en nuestra sociedad posindustrial.

La globalización económica limita la capacidad efectiva de actuación de los gobiernos nacionales, y los ciudadanos viven el desencanto de las organizaciones colectivas como sindicatos y partidos políticos, así las redes tradicionales se están modificando, pero no podemos olvidar las más cercanas, aquellas que tejen las condiciones para un día a día más soportable.