Los que estamos siempre en la luna, este año hemos podido celebrar los cincuenta años de la llegada del hombre a la luna. Y los que sentimos amor y fascinación por Jennifer López (y sus lunas) este año hemos festejado sus espléndidos 50 años.

Qué mujer, madre mía. La López, lo confieso, ha sido siempre una de mis debilidades. En los años noventa caí rendido a sus encantos en películas como Selena, Anaconda, Giro al infierno o Un romance muy peligroso. Luego inició una carrera en el mundo de la música y, de alguna manera, la cantante acabó eclipsando a la actriz.

Estos días, para redondear la celebración de sus 50 años, tras su exitosa y multitudinaria gira internacional Es mi fiesta, se estrena su última película, Estafadoras de Wall Street, dirigida por Lorene Scafaria, y nos devuelve la mejor versión de la actriz. Ramona, su personaje (ya teníamos ganas de verla con un papel tan potente), es la líder de un grupo de bailarinas exóticas que deciden desplumar a los ricachones de Wall Street, causantes de la crisis.

La película es como una versión femenina de Uno de los nuestros, ahora que le ha dado a todo el mundo por revisitar a Scorsese. Y lo mejor del filme, y de lejos, es ella. La estrella latina derrocha carisma y actitud. Se come la pantalla por momentos. Tiene un baile en la barra antológico, espectacular, una oda a sus caderas bajo una lluvia de billetes: el erotismo y el pole dance como denuncia social.

No es de extrañar que los críticos ya la sitúen como clara candidata al Óscar. Tiene diálogos para enmarcar, como cuando dice «la maternidad es una enfermedad mental». O: «Todo el puto país es como un club de striptease: unos tiran el dinero y los demás bailan». Bailemos, JLo.

*Escritor y cuentacuentos