Si la estructura sanitaria aragonesa no puede mantener al frente del Salud a un gestor más de dos años de promedio es que todo está por hacer, o mucho. En el escenario clave de la política de servicios de un Estado del bienestar, los cambios pueden suponer impulsos para aplicar novedades concretas y decisivas, pero semejante baile no barrunta nada bueno de los dirigentes políticos que deciden. Sin continuidad para definir y asentar un modelo que tienda a la mejora diaria de la sanidad que se presta todo el sistema se ve abocado a movimientos que trastocan la relación de sus profesionales con los servicios y la de los pacientes con estos. Si les sumamos las imposiciones ideológicas de las mayorías electorales, que tenderán a ser desmontadas --a su vez-- cuando las urnas lo decidan, nos encontramos con una coctelera incapaz de ofrecer una atención compacta y previsible, asentada, fundamental para la confianza del usuario. Y no hablamos de un curso de macramé, sino de la salud. Un escenario, que el final, le sirve a un consejero de Sanidad, en este caso de Madrid, para decir que las listas de espera aumentan porque los pacientes quieren, por no aceptar los hospitales privados a los que les derivan para operarse. Hasta ahí se llega, a culpar al enfermo por desconfiar de las alternativas que le imponen. Seguro que nadie renunciaría a ser tratado en un centro privado si pudiera elegir, como las caderas reales, al mejor especialista. Pero una tarjeta sanitaria vulgar solo es carne de experimentos gestores. Periodista