Todo el mundo sabe que la región aragonesa posee una de las mejores redes de balnearios, tanto por las propiedades medicinales de sus aguas como por la belleza de los lugares donde están enclavados. Por ello, y también por la gran cantidad de puestos de trabajo que generan en zonas económicamente deprimidas, es un tipo de turismo que debería ser más apoyado y promocionado por el gobierno aragonés. Esta reivindicación viene a cuento porque aprovechando la fiesta de San Jorge he comprobado la calidad de tres balnearios y el sosiego que produce la hermosura de la naturaleza que les rodea. Pienso que la estancia en uno de los muchos balnearios existentes en nuestra región es una reconfortante vivencia que todo el mundo debería repetir varias veces a lo largo de la vida.

Lo que más me llamó la atención es que los tres estuvieran ocupados exclusivamente por personas jubiladas. Pregunté y me dijeron que el motivo de ese sesgo se debe a que en temporada baja estos establecimientos se nutren de manera casi exclusiva de los beneficiarios del Inserso, aunque también mis informantes admitieron que en temporada alta siguen siendo los jubilados los clientes habituales. Por mucho que lo pienso no puedo entender que jóvenes familias desaprovechen la oportunidad de gozar de una tranquilidad inigualable en estos santuarios de la salud y de la belleza corporal, mientras que sus hijos juegan y disfrutan de la naturaleza sin peligro alguno, y de una excelente gastronomía local, natural y tradicional. Y todo ello a un precio bastante inferior al que suele ser habitual en la mayoría de los hoteles situados en zonas rurales.

Un dato que he podido comprobar de forma empírica es que la expectativa de vida de las mujeres es muy superior a la de los hombres. Me entretuve en contar el número de personas que comían en cada mesa y vi que por cada jubilado había cuatro jubiladas. Hice algunas averiguaciones suplementarias y llegué a la conclusión de que la causa de esa desproporción era debida a que los maridos habían fallecido. Ese dato, aparte de corroborar los resultados de las investigaciones de los demógrafos, demuestra la positiva evolución que ha tenido la sociedad española en los últimos años. Antiguamente las viudas de edad avanzada permanecían encerradas en sus casas guardando el luto a sus maridos, mientras que ahora se juntan con otras amigas y salen de sus pueblos para hacer turismo.

Si se leen los folletos publicitarios que proporcionan esos balnearios es fácil inferir que sus aguas son casi milagrosas, ya que en todos los casos dicen que curan multitud de dolencias. Es evidente que esas propiedades curativas no responden a la realidad en una buena parte de los casos. Sin embargo, si la información se obtiene a través de los artículos y de los libros publicados por médicos expertos en el tema, resulta meridianamente claro que cada tipo de aguas minero-medicinales son beneficiosas para el tratamiento de enfermedades muy concretas, pero no para otras. Por lo tanto, lo sensato es buscar el balneario que sea más apropiado para las dolencias de cada cual, en función de las características de sus aguas y de la seriedad del profesional de la medicina que hace la recomendación (por regla general, en todos los balnearios hay un médico que prescribe y hace el seguimiento del tratamiento). Pues bien, si se admite que son ciertas las propiedades terapéuticas de cada tipo de agua minero-medicinal, dado que la clientela habitual de estos establecimientos son las personas jubiladas, me surgen algunas preguntas. ¿Es que esas propiedades curativas solo son útiles para las personas de más de setenta años y por eso los médicos no recomiendan este tipo de terapias a las más jóvenes? ¿No radicará la explicación de ese sesgo de los usuarios en que la clase médica está mediatizada por los estratosféricos intereses económicos de las multinacionales que controlan a los laboratorios farmacéuticos? ¿Quizás los médicos no creen en las propiedades terapéuticas de las aguas minero-medicinales ni de la rehabilitación fisioterapéutica que se practica en los balnearios y por eso no las recomiendan? ¿Acaso son los gerontólogos los únicos médicos que creen en esas propiedades terapéuticas y por eso las recomiendan a sus pacientes?

Por último, mencionaré la impresión más negativa que he obtenido en esta breve visita a tres balnearios aragoneses. A pesar de que en los tres existía una planificación muy completa de actividades diarias de ocio, no vi ni una sola que estuviera destinada a aumentar la cultura de los usuarios (lecturas comentadas de libros, charlas de tipo histórico o literario, sesiones de teatro leído, audiciones musicales comentadas por un experto, charlas sobre alimentación y vida saludable, etc.), ni tampoco a mejorar el funcionamiento cognitivo (hoy hay una gran variedad de juegos grupales muy divertidos que mejoran las funciones cognitivas: memoria, razonamiento, etc.). Por el contrario, todas las actividades grupales se centraban en el bingo, en el baile (sobre todo, con los pasodobles de Manolo Escobar), en manualidades y en un taller de aromaterapia y otro de musicoterapia (en este caso dirigido por una persona sin la titulación adecuada). Esa programación de actividades refleja perfectamente la baja consideración social existente acerca de las necesidades de los ancianos.

*Catedrático jubilado. Universidad de Zaragoza