El común de los mortales mira su cuenta bancaria y sabe lo que tiene. El saldo te lo dicen en números redondos, sin posibilidad de equívoco. Que sean rojos o negros, es cosa de cada uno. Pero es una cifra. Una. No una aproximación. Por ser obvia: hay lo que hay. Pues en Bankia, que es un banco, no. Sus cifras son según el cristal con que se miren. En Bankia son tan geniales que entre un presidente y otro, una transición que suele ser cortita, tú te vas y yo tomo posesión, hay un desfase de miles de millones. Hacia arriba y hacia abajo. Ahora resulta que tanto Rodrigo Rato como José Ignacio Goirigolzarri, ninguno de los dos nos contó la verdad sobre Bankia. No les aburro con el detalle, pero el resumen es: el juez, que quería saber la situación real de la entidad, mandó a unos auditores independientes; los auditores entraron, vieron, se les pusieron los pelos como escarpias, sacaron la calculadora y no les salieron las cuentas; compararon las de Rato y las de Goiri, y dijeron: madre mía lo que hay aquí. Así se lo contaron al juez, y así nos hemos enterado los demás. Bueno, enterado es mucho decir. Nos hemos quedado con la copla de que ninguno de los dos presidentes dijo la verdad.

Total, que a día de hoy no sabemos si Bankia estaba mejor o peor de lo que nos dijeron. Lo que me reafirma en mi convencimiento: el dinero, en ciertas cantidades, es una ilusión. Y también me reafirma en otro: llegados a un cierto nivel, te anudas una corbata de Hermès al cuello y ya puedes decir lo que quieras, que es palabra de Dios. Bankia está fatal. Bankia es una inversión buenísima. Compra opciones. Que nos rescaten, que nos hundimos. Todo esto, sin transición. Y nosotros, aquí, mirando estupefactos.

Periodista