Cuando me divorcié de mi primera mujer, ella se quedó con el piso y la hipoteca, así que yo tuve que buscarme la vida por esos mundos de la VPO. Al final logré un apartamento en Valdespartera, un espacio apañado en la calle Volver a empezar , aunque a mi ex le dije que me había tocado uno en Morena clara .

A partir de ahora, pensé, todo me iba a ir de cine en este barrio con 86 calles con nombres de película, pero el conductor del camión de las mudanzas se soltó pronto con la primera gracieta: "En esta calle suya terminan todos los divorciados y divorciadas de Zaragoza". Y era cierto. Al poco tiempo, abrieron una pizzería debajo de casa, cosa que me venía muy bien para cenar con mi hijo las noches de los sábados. Después nos dábamos una vuelta para comentar nuestro Cine de barrio .

En mi nueva calle me iba bastante bien, no me quejaba, aunque mis pisos favoritos estaban en la plaza de King Kong , esquina con Con faldas y a lo loco . Me fui haciendo al barrio y un día que andaba haciendo fotos conocí a una mujer estupenda en una terraza de Los puentes de Madison . Todo marchaba razonablemente hasta que compré una gran bajera en la avenida Titanic para abrir una tienda que iba a ser la bomba, con toda clase de lujos y lo último en tecnología, pero, inexplicablemente, el negocio se me hundió nada más empezar.

En Valdespartera, mis coordenadas vitales se han vuelto ahora completamente cinematográficas. Esta idea municipal de acercar las calles a la pila bautismal del Séptimo Arte tiene sus más y sus menos; hay casos que son un disparate, un auténtico problema para mi. Zaragoza conquista su cuota de pantalla y todo parece indicar que existe mucho peliculero entre los que deciden estas cosas en el ayuntamiento. El león de la Metro campa por estas vías con la libertad de la desaparecida fiera de Manubles. Hay calles en las que no entro porque no me gustó la película y esto tiene sus desventajas: si te vuelves selectivo, terminas por quedarte sin ciudad. Y callejero en mano, en algunos casos me gustó más el libro, con lo cual estamos en las mismas. Mi negocio aquí se fue al garete, ya lo he dicho, pero he descubierto un banco en una plaza --El hombre invisible --que ha resultado ser mano de santo. Ahí me siento y me evaporo por un rato. Y pienso: cualquier día me tendré que mudar de este barrio, porque en el fondo yo soy un hombre más de teatro.