Las declaraciones del Papa sobre los homosexuales han tenido mucha repercusión, pero tendrán poco efecto. Que la Iglesia, a estas alturas, descubra que lesbianas y gays son seres humanos con derechos civiles y sociales movería a risa de no recordarse la pétrea resistencia de la Iglesia a admitir el matrimonio homosexual y su capacidad de educar hijos y formar una familia. De hecho, apenas abrir la boca Bergoglio en su tímida defensa de la libertad sexual, unos cuantos cardenales le han señalado con la mitra, vade retro, queriendo pastorear al pastor que se les ha echado al monte.

Me han sorprendido estas, más que sorprendentes, anacrónicas declaraciones del patriarca católico leyendo el libro de Iván Vélez sobre el más célebre de nuestros censores.

Torquemada, el gran inquisidor, escrito en forma de lúcido y documentado ensayo, huye de la leyenda negra y de los aspectos más sórdidos y sanguinarios de los tribunales del Santo Oficio para invitarnos a recordar y recorrer los orígenes de esta corte de justicia y su desarrollo en España, o en los reinos españoles, hasta el siglo XIX. Vélez está convencido de que los Reyes Católicos instauraron el nuevo tribunal con la exclusiva idea de acabar con la disparidad religiosa y unificar sus territorios bajo el catolicismo como religión no sólo oficial, también única.

En esa línea, pero dando un paso, fray Tomás de Torquemada, el primer inquisidor general, les persuadió para expulsar a los judíos. En aquella triste fecha, 1492, entre 50.000 y 150.000 hebreos, según las fuentes, abandonaron Aragón y Castilla. Sólo se permitió permanecer a aquellos que renunciaban a la Torá y aceptaban el bautismo: los llamados conversos. El éxodo de los sefardíes españoles fue largo y doloroso. Muchos pasaron a Portugal, otros al norte de África, a Amsterdam, incluso a América…. Con el visto bueno de monarcas y Papado, la Inquisición fue aumentando su jurisdicción a casos de simonía, sodomía (los homosexuales eran condenados a muerte), brujería, adulterio, usura y herejías surgidas del seno de la propia religión católica. Llegando a ostentar un poder formidable, cuyas sentencias, sambenitos y cadalsos, penitencias y hogueras siguen existiendo hoy, me temo, en la mente de algunos obispos, más hijos de Torquemada que de Bergoglio.