Allí donde no llegan las luces de la navidad ni de las estrellas y mucho menos estas palabras. Allí donde el cielo se derrumba de sol a sol sobre las cosechas del horror. Allí donde el agua no alcanza ni para lágrimas. Allí donde la sonrisa es una mueca permanente de dolor. Allí donde siempre estamos con el corazón y muy pocas veces con el alma, tan seguros por indolentes de que otros acudirán al rescate. Allí donde las balas, el hambre y el odio de vigente interés colonialista cruzan el espacio y el pecho de los inocentes. Allí, en ese lugar tan concreto del mapa de la desolación, la muerte lleva instalada siglos sin hacer rehenes ni por cuestión de género ni edad. Como un señor medieval pasea por sus posesiones y recauda cuerpos derramados por un suelo marchito y olvidado de la mano de todos los dioses y sus profetas. Allí donde no nacimos pese a pertenecer al mismo vientre, el mercado de la vida está siempre de rebajas. Enhorabuena por el descuento de las conciencias mientras la mano de un niño se aferra a la fiesta que supondría respirar mañana. Allí.