Unas semanas antes de ser elegido presidente de su país, George W. Bush demostró en un programa de televisión estadounidense que sus conocimientos de la geografía del mundo oriental eran casi nulos. No daba pie con bola. Hablaba y contestaba torpemente, en un inglés pobre y confuso. Era como la parodia del típico norteamericano que nunca ha salido de casa y para quien los demás países apenas existen. Quisiera tener un vídeo de aquella comparecencia. Producía vergüenza ajena. Y daba miedo pensar que a un hombre así se le pudiera considerar digno de ejercer la presidencia de la nación más poderosa del globo.

YO NO SABIAentonces que Bush hacía alarde de ser un "cristiano renacido", salvado por Jesús (en 1985) del abismo alcohólico. No había caído en que se trataba de un cristiano evangélico, fundamentalista, de los que creen que cada palabra de la Biblia es de inspiración divina. Desde entonces he oído o leído a menudo sus declaraciones de fe, no exentas de orgullo. Bush cree, por lo visto sinceramente, que, sin la intervención personal de Cristo, habría acabado sus días hecho una piltrafa debajo de cualquier mesa de cualquier bar tejano.

Hay que tener en cuenta que el presidente no es ninguna excepción a la regla yanqui. Si un porcentaje muy alto de la población de EEUU, el 85%, se declara "bastante o muy religioso", lo cual ya es preocupante, casi el 40% se compone de cristianos blancos evangélicos. O sea, de cristianos más o menos como Bush. Según un reciente artículo de Julian Borger en The Guardian, donde comenta estas estadísticas, el cerebro de la campaña electoral republicano, Karl Rove, cree que Bush tiene asegurados ahora cuatro millones más votos evangélicos que en el 2000, cuando su talante religioso era menos conocido.

Los dueños de estos votos se identifican ciegamente con un presidente cuyas decisiones, según él, se toman después de la debida consulta con Dios. Les encanta su lenguaje apocalíptico, sus referencias a la Biblia, su insistencia en que estamos viviendo una lucha titánica entre el Bien y el Mal.

Y hay algo más. Los evangélicos, obsesionados con el Viejo Testamento, dan la impresión a menudo de ser más judíos que cristianos. Según Borger, están convencidos de que la creación del Estado de Israel es designio de Dios. No pueden ver a los árabes, y la guerra que ha emprendido Bush contra éstos les encanta. Todo lo que dice el presidente les suena absolutamente familiar. Lo oyen cada fin de semana en sus megatemplos. Pese a lo que ocurra entre ahora y noviembre, votarán a George.

ASI LAS COSASaparece el anti-Cristo en forma de cineasta alto, gordo, feo, peleón, contestatario y rebelde. Rebelde con vocación de acabar con el matón de turno, sea Charlton Heston o, como ahora, el hombre que tanto daño ha hecho a la entente cordiale de Estados Unidos con Europa y que nos ha llevado al actual embrollo en Oriente.

La película de Michael Moore es propaganda descarada. Y selecciona cuidadosamente sus frentes de batalla. Llama la atención que el cineasta no haya subrayado en absoluto el aspecto evangélico de su adversario. La razón parece sencilla: a la vista de la religiosidad de tantos americanos podría ser contraproducente. Mejor centrar el ataque en la incultura, el machismo, la ignorancia y, sobre todo, los inconfesables intereses económicos del personaje y de su entorno. Lo hace Moore con consumada maestría.

ES INOVIDABLEla secuencia en la escuela cuando Bush, solo en medio de aquellos niños, recibe la noticia de que un segundo avión acaba de estrellarse contra las Torres Gemelas. Ya no hay duda. Es un ataque. Pasan los segundos. El presidente no se inmuta. Pasan más segundos. El presidente no reacciona. ¿Qué está pensando? El tono del comentario de Moore gira entre sarcástico, irónico e incrédulo. Está calculado para los que dudan, para los que no están del todo seguros. Moore tiene una voz estupenda, matizada, sugerente. Es muy difícil no reírse cuando se ríe él, cuando, por ejemplo, pregunta si es absolutamente normal dejar escapar de Estados Unidos toda la familia del hombre que acaba de perpetrar el mayor atentado jamás perpetrado contra la nación en su propio territorio.

¿Y Kerry? Parece ser que muchos seguidores suyos estiman que debería insistir más sobre la fe católica que profesa. Pero el hombre no quiere, tal vez porque, dada su posición proabortista, ello podría ensanchar la división que ya existe entre católicos progresistas y católicos conservadores, capaces, éstos, de dar su voto a Bush, cuya oposición al aborto y a los matrimonios gay es bien conocida. Por otro lado Kerry padece una grave falta de carisma que es de esperar logre compensar John Edwards. ¿Será posible que con la ayuda de Fahrenheit 9/11 se obre en Estados Unidos un milagro equiparable al español? Esperémoslo. Si no, bonito futuro nos espera.

*Historiador.