La ciudadanía lleva ya demasiados meses envuelta en la característica atmósfera de las vísperas electorales. De hecho, desde la moción de censura que arrolló a Rajoy, las urnas han estado presentes de manera constante en el subconsciente colectivo. Ahora, cuando tras las generales llega otra (triple) llamada al voto, la campaña amenaza con hacerse demasiado larga. Es cierto que los partidos intentan situar sus propuestas en un terreno mucho más próximo y por ello más concreto que cuando se dilucidaban las legislativas. Pero los argumentarios generales suenan a cosa demasiado oída.

En Aragón todo está por ver. No existen augurios precisos ni cabe trasladar de manera automática lo sucedido el 28-A. El arranque de la campaña tampoco ha despejado mayores incógnitas. Solo el PP (que en las generales ya se vió desbordado por Cs) se ha visto zarandeado por los posibles resultados avanzados desde el CIS, la repercusión de la muerte y funeral del socialista Pérez Rubalcaba y sobre todo por el extraño barullo de la licenciatura de Derecho de su candidato Beamonte. Con tanta mala suerte acumulada, los conservadores deben desear que la campaña se acabe ya.

Pero el de ir a las urnas es un ritual democrático que exige protocolos y plazos estrictos. Es preciso por ello suponer que los días que quedan hasta el domingo 26 sean aprovechados por candidatas y candidatos para desgranar propuestas originales y capaces de ilusionar al electorado. De hecho ya se han escuchado no muchas, pero sí algunas ideas interesantes relativas sobre todo a la ciudad de Zaragoza y a su futuro. La capital de Aragón es objeto de un creciente interés por parte de las fuerzas políticas, conscientes no solo de la importancia que tiene una urbe fundamental para anclar social, económica y culturalmente al resto del territorio, sino también del peso decisivo de sus votantes.

El requisito ineludible de las promesas de esta campaña es su verosimilitud. No basta con lanzar ocurrencias al aire, sino que se hace cada vez más necesario explicar cómo se van a hacer las cosas, y sobre todo... cómo se van a pagar.

Compromisos claros, compromisos factibles y sobre todo compromisos innovadores, que rompan las inercias de Aragón y de sus pueblos y ciudades. Ese sería el mejor ingrediente para convertir lo que todavía queda de campaña en un momento creativo e interesante.