El dóberman pintado por los socialistas fue un cariñoso caniche para el PNV, y también mantuvo buenas relaciones con los nacionalistas catalanes, factor imprescindible para la formación del primer gobierno de Aznar. Condenado a interpretar el papel de malo para mayor gloria del presidente --tal como hiciera Guerra con González-- el inteligente ingeniero al que nadie contrataría para un departamento de relaciones públicas, desempeñó un papel fundamental en la modernización del Partido Popular de Fraga. Porque cuando Aznar se hizo con las riendas del partido, las riendas estaban en manos de Fraga y sus amigos. Más de media docena de vicepresidentes, amigos del patrón, impedían cualquier maniobra, y Aznar echó mano de Alvarez Cascos por dos razones: porque Fraga confiaba en Alvarez Cascos --yo creo que entonces más que en Aznar-- y porque sólo desde esa confianza se podía desencadenar la revolución interna . El caso es que, en menos de un año, con frecuentes viajes a Santiago, echándole muchas horas de reunión, muchas sonrisas y mucha vaselina, al PP casi no lo conocía ni el padre que lo parió, con el añadido de que el padre que lo parió (Fraga) estaba encantado con la labor de reacondicionamiento, imprescindible para ganar unas elecciones.

Su tino para la vida pública y para la negociación política no fue el mismo para su vida privada. Y, en una permisiva sociedad como la nuestra se admite una rectificación matrimonial, pero se sospecha cuando el personaje se equivoca tantas veces de pareja, porque se teme que pueda errar también en su trabajo. Rajoy dijo que le echará de menos, una mentira a medias porque echarlo de menos sería ad calendas autonomicus , como candidato para Asturias, dentro de tres años. El caso es que el hombre impávido ante los periodistas no ha podido resistir la prensa del corazón que ha organizado una polvareda con su nuevo noviazgo. Eso, y el desafecto de muchos de los suyos, han sido los factores del mutis.

*Escritor y periodista