Hace tiempo que el ejercicio de la política se ha convertido en una cuestión de casta. Todos los partidos practican este perverso sistema, por el cual u obedeces al líder de turno y le rindes pleitesía, o estás condenado al ostracismo. El sistema de la casta funciona siempre, pero se manifiesta de modo brutal, cual estallido de una supernova, cuando se aproximan unas elecciones, como las inminentes al Parlamento catalán.

Es estos momentos cuando la casta pone en marcha su maquinaria demoledora. Es el caso del ministro Salvador Illa, tan responsable él que en plena pandemia deja el ministerio de Sanidad para encabezar la lista por el PSC en las elecciones catalanas, sustituyendo a Miquel Iceta. Pero no se alarmen, que la casta no abandona a sus acólitos; Iceta no se irá al paro, pues, tras sus fracasos para presidir Cataluña y el Senado, se ha asegurado un puesto en el Consejo de Ministros. Dicen en los mentideros cortesanos que ocupará la cartera de Política Territorial; pero tampoco sufran por el destino de la actual ministra Carolina Darias, pues el presidente la recolocará en el ministerio de Sanidad, si es que no envía a Iceta directamente a gestionar lo del virus; total, estos de la casta igual valen para un roto que para un descosido.

Supervivencia

Entre tanto, en el PP de Cataluña están muy contentos porque han fichado como número dos a Lorena Roldán, diputada hasta ayer mismo de Ciudadanos; Roldán ganó hace año y medio las primarias de este partido en Cataluña, pero la relegaron por Carrizosa, afín al aparato; que no se sorprendan los populares si en otra formación le ofrecen el número uno, que igual acepta.

Así, la política, que debería ser el instrumento democrático para mejorar la sociedad, se ha convertido en una cuestión de supervivencia para esta casta. Que se lo digan a Pedro Sánchez, que acogió en su PSOE a Irene Lozano, ahora presidenta del Consejo Superior de Deportes, la misma que en 2015 optó a ser la mandamás de UPD, pero perdió las primarias; o que ha convertido a Iván Redondo, especialista en trabajar para el mejor postor, en su gurú personal. Además, los que venían a acabar con todo eso se han reconvertido con tal velocidad que ya son pura casta, como ocurre con Podemos, a cuyo jefe si no le gusta una pone a otra y punto; o los de VOX, que o actúan como manda Abascal o se van a la calle.

Menos mal que la Constitución dice de los partidos políticos que «su estructura y funcionamiento deberán ser democráticos» (Art. 6). Para morirse de la risa, vamos.