Cataluña votará el 14 de febrero en unas condiciones económicas bastante peores que en sus últimas elecciones autonómicas. No en vano la fuga de empresas no ha cesado de multiplicarse desde que Puigdemont proclamase la republiqueta. Según Expansión, el número de firmas empresariales que han abandonado las provincias catalanas para instalarse en otras autonomías asciende nada menos que a 7.518 empresas.

Las comunidades autónomas de Madrid, Valencia, Andalucía o Aragón han sido elegidas para esos traslados, y, en consecuencia, beneficiadas por el asentamiento de grandes marcas en sus territorios. Muchas mega empresas del suministro energético, comercio o actividad inmobiliaria, Endesa, Mitsubishi, Naturgy, Torraspapel, Abertis, Ricoh o Catalana Occidente, por ejemplo, han cambiado su sede social a Madrid, buscando abaratar los impuestos con que la Generalitat las venía crujiendo.

A la vista de estas cifras, forzosamente los catalanes son hoy más pobres que hace cuatro años. No es algo, sin embargo, que parezca preocupar a los independentistas. Ninguno de sus diversos partidos ha incluido una sola medida en sus programas para intentar recuperar a esas empresas fugadas y atraer a otras nuevas. En el terreno económico, el independentismo no ofrece alternativa ni solución a la crisis y las ofertas a los jóvenes brillan por su ausencia. Tampoco hay un proyecto serio para combatir el paro, que se ha multiplicado desde que lunáticos como Torra o Aragonès ocupan el sillón presidencial.

Esta gigantesca omisión, la de proponer una fórmula o formato económico susceptible de proyectar el ámbito empresarial, la iniciativa privada, y de atender al mismo tiempo todas las necesidades de la población debería descalificar a formaciones políticas que se ufanan de tener las claves, los poderes y los medios para construir un país. Están, por el contrario, destruyendo el suyo, empobreciéndolo a ojos vistas y arruinando las bases de toda prosperidad.

Es por eso que, alentando el rencor y la rabia, ciegan y confunden a la opinión con enemigos invisibles y demandas imposibles, en una triste ceremonia de la confusión. Dijo Borrell que la actual situación en Cataluña no se arreglaba en treinta años. En este 2021 no parece que se vaya a solucionar nada.