Como hemos estado un poco liadillos con los sucesivos periodos electorales, hemos ido olvidando que en Madrid, día tras día, se estaba celebrando el juicio por el procés, y que ya toca a su fin. Porque con el tiempo, nos hemos acomodado a la presencia de Quim Torra, ese señor exótico que no gobierna pero ocupa el sillón de gobierno, que nadie sabe a qué dedica sus días, excepto a odiar a España con todos los poros de su cuerpo. Y Puigdemont… ¿quién se acuerda de Puigdemont? Y sin embargo, el problema, por muy cansino que nos resulte, no se ha resuelto, porque Cataluña no funciona de manera normal. Por el momento, hay un Parlament secuestrado, en el que los constitucionalistas están claramente discriminados. La presidencia la sigue ocupando un señor que respira el independentismo más montaraz. Los empresarios piden más legislación y menos procés, porque la economía no va. Y es cierto que en las grandes ciudades la tensión se ha diluido, pero hay zonas enteras de Cataluña, sobre todo en Gerona y en el cinturón agrícola de Lérida, que ya no se consideran parte del Estado español. Y no nos olvidemos de la peligrosísima Ada Colau, deshojando la margarita, porque Barcelona es hoy mucho peor ciudad que cuando ella tomó el bastón de mando. Ayer, el fiscal Zaragoza leía sus conclusiones y calificaba los actos de los acusados como un golpe de Estado. Ya veremos lo que dicen los jueces. Pero de momento, y aunque nos aflijan otros pesares, no nos olvidemos de Cataluña. Sobre todo, no nos olvidemos de quien se siente tan catalán como español. H *Periodista