Antonio Machado en Juan de Mairena (sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo) reflexiona con sus alumnos sobre temas diversos: la sociedad, el arte, la cultura, la literatura, la política y la filosofía. Entre sus reflexiones me ha impresionado una, que demuestra un gran conocimiento de nuestra historia y una perspicacia profética de nuestro futuro. ¡Qué bien conocía la idiosincrasia española! Producto de su profundo amor a España. Es para leerla despacito y rumiarla: «En España -no lo olvidemos- la acción política de tendencia progresista suele ser débil porque carece de originalidad; es puro mimetismo que no pasa de simple excitante de la reacción. Se diría que sólo el resorte reaccionario funciona en nuestra máquina social con alguna precisión y energía. Los políticos que deben gobernar hacia el porvenir deben tener en cuenta la reacción a fondo que sigue en España a todo avance de superficie. Nuestros políticos llamados de izquierda -digámoslo de pasada- rara vez calculan, cuando disparan sus fusiles de retórica futurista, el retroceso de las culatas, que suele ser, aunque parezca extraño, más violento que el tiro».

Aterrizo en el hoy. Tenemos un gobierno de izquierdas legítimo y producto de unas elecciones democráticas. Mal van las cosas, cuando lo obvio hay que recordarlo. Partamos de la cita de Antonio Gramsci: «El viejo mundo muere, el nuevo mundo tarda en aparecer y en este claroscuro surgen los monstruos». Y están aquí, ilusos algunos pensaban que se habían ido. Y muy envalentonados. Están, porque nunca se fueron. Estaban agazapados, esperando la caza al aguardo. Ahora muestran sus colmillos sin mesura. Nada más hay que oír sus soflamas en el Parlamento para la prolongación del estado de alarma. Ocupan las tertulias más vistas y escuchadas en poderosos medios. Hablan tronitronantes, aúllan, no atienden a razones, simulan una sonrisa hipócrita y, a veces, ni siquiera eso, porque no saben, como la portavoz del PP; mientras los otros hablan, argumentan y exponen sus razones. Tras esa sonrisa fingida o esa mirada terrorífica hay mucha ira y odio. Están en toda Europa, furiosos, pero en España mucho más y a su voz no le faltan suntuosos púlpitos para su sarta de insultos, rebuznos y mentiras. Llevan dentro mucho odio. ¿Cómo están tan seguros? Para odiar hay que tener seguridad. De lo contrario, no hablarían así, no harían tanto daño. Ni podrían humillar, ni despreciar a otros de ese modo. Están seguros. Ni la más mínima duda. Odiar requiere una certeza absoluta. Ahora se odia abiertamente.

Según Antoni Gutiérrez-Rubí en Gestionar las emociones políticas, el insulto juega un papel clave en la lucha política. Lo usó en campaña electoral Trump contra Hillary Clinton y le funcionó. Ahora los Abascal, Casado hacen lo mismo contra Sánchez. Será difícil encontrar un político en nuestra democracia con tantos y tan truculentos insultos. Ahí van algunos proferidos por Casado: «incompetencia culposa», «hacedor de sainetes», «ineptitud», «chiste de Gila», «fracaso estrepitoso», «bajeza moral», «usar a las víctimas», «chapuzas», «ruina», «usar a los españoles como a perros de Pavlov», «falsario», «negligente», «Gran Hermano», «hipertrofiado», «irresponsable», «caos», «nefasto», «zoco de prebendas», «tomar a parados como rehenes», «fraude», «contratación opaca»… Los dirigidos a Pablo Iglesias merecerían otro artículo aparte. Tras la violencia verbal hay una violencia oculta, contenida e insaciable. Insultar es disparar. La ira, como todas las emociones, sirve para movilizar, pero no para razonar. La ira está reñida con la política democrática porque no concibe la alternancia, solo la destrucción del rival. La apuesta por el insulto y la ira es, además de éticamente reprobable, un camino sin retorno. Empiezas por negar la verdad y acabas negando a tu adversario, no tan solo sus razones, sino hasta sus derechos. La ira te arrastra al lodo, a la ciénaga y `propicia la revancha, no la alternativa política. Deslizarte por las pasiones viscerales es alimentar un monstruo que acabará devorándote. El insulto es, sin duda alguna, un síntoma de cobardía. Es la carencia de argumentos. Cohesiona a las tropas enardecidas dirigiendo su agresividad hacia la ofensa o la humillación del rival, reducido a un enemigo a destruir. La agitación emocional del insulto convierte a la masa en turba, que no quiere justicia, aunque la exija vociferante. Quiere venganza, que es otra cosa muy distinta.

Mas, la política iracunda contagia. Ese contagio ya es visible en nuestra sociedad, polarizada con tal agresividad que disuade a los sensatos, inhibe a los tolerantes, intimida a los moderados y ensucia el campo de juego democrático. Mas el odio solo se combate rechazando el contagio. Hacerle frente con más odio, es lo que quieren quienes odian. No les hagamos el juego. Que odien ellos.

Mas, van a por todas. Los muertos y los parados son su munición para llegar al poder. Tengo fe en que la sociedad española tenga la suficiente madurez, como la tuvo Antonio Machado, para comprender el significado del retroceso de las culatas. De la Historia hemos de aprender. Según Josep Fontana; «En una ocasión un periodista preguntó a Ramón Carande, maestro de historiadores: «Don Ramón, resúmame usted la Historia de España en dos palabras» Su respuesta no se hizo esperar: «Demasiados retrocesos».

*Profesor de Instituto