Los modernos censores tratan a los ciudadanos igual que en otras épocas hicieron sacerdotes, funcionarios, ejecutivos, políticos o miembros de sociedades para preservar la decencia y la moral: como si fuéramos imbéciles a quienes hay que proteger de chistes, películas o canciones. Entonces, esos castradores de ideas protegían a la población de lo que iba a venir. Estos de ahora son tan absurdos que quieren borrar de nuestra memoria lo que llevamos viendo y escuchando durante décadas. Los de antaño lo hacían de manera abrupta, metiendo la tijera en escenas de amor, en diálogos picantes, en mensajes que sonaban a comunismo o anarquismo, en violencia que creían gratuita o que perjudicaba al policía y favorecía al gánster. Los de ahora son anacrónicos, porque aplican la moral actual y una obsesiva corrección política a productos culturales del pasado.

Para mí, el problema no es que la plataforma televisiva HBO elimine Lo que el viento se llevó (1939), que se critique a la serie Friends (1994-2004) por la falta de homosexuales y negros entre los personajes o que algunos movimientos sociales reparen en escenas o personajes de El hombre tranquilo (1952), Historias de Filadelfia (1940), Desayuno con diamantes (1961), La milla verde (1999) -película que ya ha marcado Spike Lee como racista--, varias comedias italianas de los sesenta o cientos de películas españolas del franquismo.

La cuestión es que están insultando nuestra inteligencia. Creen que habrá avalancha de peticiones para ingresar en el Ku-Klux-Klan si vemos una vez más El nacimiento de una nación (1915) o que miles de mujeres serán maltratadas si Loquillo vuelve a cantar La mataré. La falta de sentido común es inquietante.

*Editor y escritor