Defiendo la moción de censura como mecanismo democrático cuando la mayoría de un Parlamento considera que el Gobierno no está cumpliendo con sus funciones. Pero alguien se está equivocando si, en momentos tan críticos, en los que hay que vacunar al mayor número de personas, restaurar los puestos destruidos en sanidad y en educación, invertir hasta el último céntimo en salvar la economía, justo cuando el tiempo es oro, muchos políticos se obsesionan con el juego de las sillas. De repente, es como si la pandemia encogiera, porque a cada hora nos sorprenden con saltos más arriesgados. Ciudadanos fue la primera formación en sobrevolar la pista y con ella comenzó el baile.

Ciutadans había tenido el acierto de atraer el voto de quienes se consideraban catalanes, no independentistas, tan europeos como españolistas. El éxito movió a su líder, Albert Rivera, a lanzarse al ruedo, convencido de ser el dueño del centro ideológico patrio. Su suplente en Cataluña, Inés Arrimadas, ganó las elecciones al Parlament, pero sin formar gobierno, no se sintió motivada a hacer oposición y también optó por los aires madrileños. Hecho que, tal vez, ofendiera a sus votantes.

Tras un romance rápido en Colón, no tardaron en arrojarse a los brazos de PP y Vox, malgastando la credibilidad que tuvieran como centristas. No hace falta precisar que el electorado pasó de verlos como la gran promesa a situarlos a la cola. Debe resultar poco gratificante aparecer siempre en segundo plano tras un alcalde o una presidenta, así que, en un intento de virar hacia el centro perdido y, de paso, obtener su primera presidencia en una comunidad, pactaron con el PSOE una moción de censura en la Región de Murcia.

El resto ya lo conocemos: terremoto en Castilla y León, Isabel Díaz prende la mecha sin avisar al vecino, señorías que cambian de banco y Pablo Iglesias despojándose de sus poderes para inmolarse por la salvación de la izquierda no unida. Todo mediático, a golpe de tuit, sin consultar a posibles afectados. La actualidad cambia cada minuto y siempre hay una cámara para acercar al respetable la última faena.

Nada ejemplar, lo sé, pero tan emocionante que no nos deja ver que, mientras tanto, la pandemia sin barrer, mi vacuna sin poner y, el del comercio de abajo que espabile.