¿De qué hablarían los principales líderes de este país encerrados en la misma habitación durante 24 horas, sin una cámara ni un micrófono, obligados a compartir un espacio mínimo y, además, bajo un libro de estilo sin cabida para el insulto y la descalificación ordinaria? ¿Cuál sería su comportamiento en ese experimento social que les reuniría por un tiempo ajenos a la elevadísima crispación exterior, una pira que alimentan a diario sin escatimar combustible ideológico? ¿Se figuran ahí dentro, entre cuatro paredes sin himnos, banderas, caceroladas ni escapatoria a Pedro Sánchez, Pablo Casado, Santiago Abascal, Pablo Iglesias e Inés Arrimadas? Sin asesores, despojados de sus distintos escaños de poder, como simples seres humanos que piensan de forma muy diferente, es posible que comenzaran a defender con vehemencia, ironía y egoísmo esa España que tanto dicen amar pero que se desangra entre la pandemia vírica y la peor de las pestes políticas, la de salir vencedor de lo que es una derrota sin paliativo alguno. ¿Y después? Quién sabe... Desde luego se descarta una conciliación sellada con un beso de tornillo entre el quinteto, pero en estas reuniones íntimas y claustrofóbicas, como ya nos enseñó Doce hombres sin piedad, de vez en cuando surge la duda razonable frente rigidez del adoctrinamiento. Porque es imposible que sean ajenos a la vergüenza ajena que producen en la mayoría de las intervenciones, con un gobierno desnortado y una oposición canina, y esa jauría de secundarios retozando entre los futuros restos del bochornoso festín. Por un momento aun emparentado con la ciencia-ficción apetece, agotados por el desgaste de un enfrentamiento baldío cuando no hay público, imaginarles charlando de sus cosas. También de las nuestras, ese deber que les otorgó las urnas un día democrático y que han olvidado enfrascados en un egocentrismo extremista, indigno de las izquierdas y de las derechas. España espera a que salgan de la habitación del pánico. Aunque antes tendrían que entrar para entender, cara a cara, que lo único que se les pide es que sean profesionales capaces, con las dificultades que todos asumimos, de gobernar de la mano a un pueblo asustado.