Cuando escribo estas líneas todavía tengo frescas las imágenes de la última película de Ken Loach, Sorry we missed you. Es cine de verdad, como toda su filmografía, porque lo que pretende es despertar emociones en el espectador y provocar sus reacciones. Es un cineasta comprometido, de mirada ácida, que convierte en protagonistas a los perdedores y marginados de las estructuras del poder. Lo que busca es revelar, mostrar la realidad por cruda que sea esta, y que teniéndola ante nuestras narices por vergüenza o por pereza la ignoramos. Y por ende, también rebelarse ante las injusticias, para tratar de conseguir un mundo mejor. Así ha sido siempre su trayectoria. Este cine contrasta con tanta bazofia, zafiedad, vacuidad y almíbar que inundan nuestras pantallas. Los asistentes a la proyección éramos una escasa decena. Esta temática no interesa a la gente.

En Sorry we missed you (es el mensaje que deja un repartidor cuando no encuentra al destinatario del envío en su domicilio, pero también como metáfora de los olvidados), Loach y Laverty (guionista con el que trabaja) retratan a una familia de clase media-baja, que ha ido acumulando deudas desde el estallido de la crisis en 2008. La deuda es un mecanismo del neoliberalismo para someternos. ¿Quién se beneficia de ella? Ricky, el padre, se compra una furgoneta con todos los ahorros familiares, incluida la venta del coche de su esposa que usa para ir a trabajar, y espera ilusionado que le sirva para establecerse como repartidor autónomo. Otro engaño neoliberal es el del emprendedor. Quien no lo es que no se queje de su fracaso. Abby, la esposa, trabaja como cuidadora a domicilio a sueldo de una empresa. Sus hijos adolescentes Seb y Lisa Jane atraviesan los altibajos propios de su edad.

Ricky se deja embaucar por la retórica hueca y despiadada sobre emprendimiento, autosuperación y triunfo personal que le suelta su encargado, por lo que acaba aceptando las condiciones draconianas de su empleo como falso autónomo en una empresa de reparto. El encargado le dice. «No trabajas con nosotros, trabajas para nosotros». Paradigma de la llamada eufemísticamente economía colaborativa, la uberización del empleo y todos esos términos que ocultan la explotación laboral de siempre. En lugar de convertirse en su propio jefe, Ricky deviene esclavo de sí mismo, un trabajador sin ningún tipo de derecho, con una jornada laboral de 14 horas y seis días semanales. El neoliberalismo no necesita explotarnos, ya lo hacemos nosotros mismos. Hay un momento, todo un símbolo, en el que un compañero, que le asesora sobre su trabajo, le entrega una botella de plástico. Sorprendido le pregunta que para qué. La contesta con una sarcástica sonrisa: ya lo entenderás más tarde. En el final de la película al ser atracado, tras sufrir una paliza, uno de los ladrones le rocía con el contenido de la botella, que Ricky había llenado con su orina. El ritmo de trabajo es tan frenético que no tiene tiempo para ir a un urinario público.

La película retrata la progresiva conversión del trabajo de Ricky en una auténtica distopía laboral de la que es imposible escapar. El final es desolador. Tras haber sufrido una violenta paliza y quedar malherido, sin ser atendido tras horas de espera en el servicio público de salud, sale a trabajar, de no hacerlo será multado o pagar un sustituto.

En paralelo, aborda otra de esas realidades acuciantes que no se visibilizan en el cine: el trabajo de los cuidados. Trabajo duro y poco reconocido sobre todo femenino, sin el que la sociedad no podría funcionar. En una trama aparentemente secundaria, pero no menos dramática que la principal, describe las complicaciones del oficio de Abby y la situación cada vez más habitual de tantas y cada vez más numerosas personas dependientes que viven solas y cuentan solo con la ayuda y el afecto, en este caso desinteresado, de estas profesionales. Para los ancianos la presencia de Abby es su único consuelo, ante el abandono familiar. Trabajo paciente de escuchar sus relatos, como el de la anciana que le cuenta que en su juventud en tiempos de Margaret Thatcher fue líder sindical y que entonces la jornada laboral era de 8 horas, lo que a Abby le genera una indisimulada sonrisa. Poner pañales a un anciano tras asearlo, que se justifica «antes nunca le ocurría esto». Recoger la comida que una anciana con alzheimer tira al suelo. Permitir pacientemente que otra anciana le cepilla el pelo.

Hay otros efectos colaterales muy negativos. Con este horario laboral la vida familiar se resiente. No puede haber convivencia, por lo que no pueden educar a los hijos como quisieran. Al estar solos todo el día y tener que valerse por sí mismos, el fracaso escolar es muy factible.

En una reciente entrevista a Ken, que ya supera los 80 años, señala que lo que le da fuerzas para seguir es la gente que encuentra durante la preparación de cada nuevo proyecto. En el caso de Sorry we missed you, como en otros films, «he encontrado a personas implicadas en la lucha por los derechos de los trabajadores. Personas humildes que trabajan lejos de los focos mediáticos, activistas o sindicalistas comprometidos con la idea del bien común. Personas luminosas que se levantan cada día para luchar por sus compañeros. Ellos son mi inspiración. Si consigo reflejar una pequeña parte de su compromiso y energía, me doy por satisfecho».

*Profesor de instituto