Con el Gobierno encerrado a cal y canto en su concha de lento, desvalido y asustado caracol y las derechas e independentismo empecinados en perforar esa frágil coraza con una taladradora de impuro interés político, Inés Arrimadas ha regado con cordura el jardín de los vivos y con respeto las tumbas de los muertos para dar su voto a favor de la necesaria continuidad del estado de alarma que ha contado también con el apoyo del PNV, el mejor jugador de mus en la trablero de la historia de la democracia, y con la muy sibilina y postiza abstención del PP. La presidenta de Cs Ha sido dura con la unilateralidad, la incomunicación y los errores de Pedro Sánchez, y le ha exigido una inmediata rectificación de sus torpes maneras de gestionar esta crisis sin contar con la oposición ni las comunidades. Pero muy en el centro y mucho más centrada que nadie en las necesidades de este país ante la pandemia física y económica, en un tesitura de crispación bélica, ha utilizado el arma más poderosa aun con sus socios más cercanos en la distancia del francotirador mercenenario: priorizar el bien común por encima de las ideologías. Ha tenido Arrimadas hechuras de líder integral aun agrietándosele la voz en su discurso directo al corazón del asunto, que no es otro que proteger la vida de los ciudadanos, no de su partido, sino la de los que día a día luchan por no perder su salud, su trabajo y también la fe, por completo, en la clase política. Sánchez se ha agarrado al clavo ardiendo del neoliberalismo de la formación naranja con lo que ello supone de cara de futuros peajes... Pero el futuro es hoy y en el mañana quién sabe si Arrimadas logrará algún beneficio en el que ha invertido con moneda sincera y cabal. El PNV, seguro.