El planeta necesita ayuda, y pese a que muchos actores no solo no mueven ni un dedo para protegerlo sino que se encargan de liquidarlo con prácticas que son solo saludables para sus bolsillos, todavía existen almas empeñadas en hacer de la Tierra un lugar seguro, aportando soluciones para el cambio climático y para las sociedades deprimidas. Haití, Reino Unido, Alemania, Chile o Canadá son algunos de los países dónde se han puesto en marcha diferentes proyectos que trabajan en pro de mejorar la salud humana y planetaria, el hambre en el mundo y el efecto invernadero. Cocinas escolares ecológicas en varias ciudades alemanas; inodoros de compost para el saneamiento de los residuos en Haití; un club de fútbol británico con cero emisiones de CO2; un Santiago de Chile, con depuradoras que convierten las aguas residuales y el lodo del alcantarillado en energía limpia; y un gobierno como el de Columbia Británica en Canadá, haciéndose responsable del 100% de sus emisiones de gases de efecto invernadero. Gobiernos, empresas, organizaciones de todo tipo y líderes de diversas comunidades procedentes de todo el globo y de distintas clases sociales, juntos en pro del mismo objetivo: afrontar el desafío climático mundial. La ONU les va a premiar por ello. Mi condecoración especial va para el profesor yemení, Adel al Shorgaby, que ha reconvertido su casa en colegio para poder formar a los más de dos millones de niños sin escolarización, fruto del clima de violencia y los daños en los centros educativos tras más de tres años de guerra civil en Yemen.

*Periodista y profesora de universidad