Un buen amigo mío, casi un hermano, profetizó con otro suyo que vendría un día en que los camiones irían solos por la carretera sin necesidad de conductor. De esto, ya hace algunos lustros y, parece ser, dicen en la capital, que ese tiempo ha llegado con la tecnología 5G y el IoT (Internet of things). Es evidente que una revolución de estas características tiene su cabida en una sociedad del siglo XXI; sin embargo, siempre cabe preguntarse si esta llega a todos los lugares por igual o cuáles deben ser las condiciones, algunas discutibles, para su instalación en las zonas más vaciadas de nuestra geografía. En el fondo, la cuestión no es baladí: a mediados del 2020, un artículo de un profesor del London School of Economics afirmaba que, a la caída del PIB que venía por la pandemia, había que incrementar un 10% más para las zonas que se quedaran descolgadas por la falta de las tecnologías en telecomunicaciones. Si, a la ausencia de infraestructuras del siglo XX como pueden ser las autovías o el ferrocarril, le sumamos una deficiente conectividad del siglo XXI, el resultado no es nada halagüeño.

Quizás, por ello, cabe escribir unas breves líneas sobre unos conceptos que subyacen en todo este marasmo que se ha presentado, de forma abrupta, en nuestra vida cotidiana y que deben afrontarse, antes de que sea demasiado tarde. En primer lugar, conviene aclarar el concepto del servicio mínimo universal, hoy en 30 Mbps aunque no definido numéricamente en el Anteproyecto de la Ley General de Telecomunicaciones. Hoy, incluso desde el Gobierno de la DGA, ya se plantean los 100 Mbps. Lo cual nos parece bien y en consonancia con el Plan 100/30/30, ya que damos un salto cualitativo a velocidades de alta capacidad y exportables para el uso de polígonos industriales.

Operador neutro

En segundo lugar, a la hora de evitar acumulaciones de los planes públicos para dos o, como mucho, tres operadoras, sería aconsejable una ampliación de las condiciones de estos con la finalidad de que se pudieran aprovechar algunas operadoras que fueran provinciales o locales, incluso favoreciendo las que se encuentran creando empleo y oportunidades en la España Vaciada. En este sentido, el operador neutro para la tecnología 5G surge con fuerza como alternativa. Y, en tercer lugar y como principio rector, la igualdad de oportunidades, independiente de la zona en la que se vive, para acceder a estas tecnologías de las telecomunicaciones. La teleasistencia, la educación online, etcétera no deberían ser patrimonio de las ciudades, sino de todos aquellos que, queriendo acceder, pudieran tenerlas. Una forma más y, posiblemente, eficaz de vertebrar los territorios de la España Vaciada ante la despoblación galopante que sufren.

Por finalizar, mi amigo, casi mi hermano, piensa que los campanarios de las iglesias de los pueblos de la España Vaciada, antes de que sus toques resuenen como ecos hueros, podrían ser nodos de conectividad para mejorar, gracias a estos avances, la vigilancia rural o la prevención de incendios. Una bella forma de unir lo que se tiene con lo que se necesita: algo que los profetas llevamos en la sangre.