La noticia de que el pasado 21 de septiembre se suicidó un adolescente 14 años en Hondarribia es de por sí escalofriante. Pero lo es más aún cuando se conocen los motivos que lo han llevado a quitarse la vida: la supuesta presión y marginación de que ha sido objeto por parte de los compañeros de instituto. "¡Ya se sabía!" Esta frase escrita en las tarjetas que acompañaban los ramos de flores amontonados ante el muro desde el que se había lanzado ratificaba el calvario en el que había vivido Jokin. La habían escrito algunos de sus compañeros que debían conocer la tragedia que se cernía sobre su amigo, pero que como él callaron amedrentados por la prepotencia y el poder de los ocho muchachos acusados.

JOKINvivió una historia en la vida escolar que no les gustó a los matones y que les llevó a acusarlo de chivato y a propinarle tres palizas en los días anteriores al suicidio, palizas que fueron confirmadas en la autopsia, y una serie de vejaciones a las que, según ciertos medios, se sumó una profesora. No se ha demostrado pero lo que sí se sabe es que la clase entera conocía la situación. Y si la clase entera la conocía lo lógico es que los maestros la conocieran también, pero tanto si la conocían y no hicieron nada por evitarlo como si no la conocían, claro está que algo fallaba en esta escuela, en este sistema de docencia.

¿En qué brutal desesperanza y abandono se encontraba Jokin que ni siquiera se atrevió a acusar, a pedir ayuda, ni al parecer a hablarlo con nadie? No es difícil imaginar la situación de una clase dominada por esos malvados y poderosos gamberros que le encuentran placer a torturar física y psicológicamente a quien les parece más débil, y más placer aún en sentirse poderosos frente a los alumnos e inmunes frente al profesorado. Y sin embargo éste no es un hecho aislado, y nos dice mucho sobre la sociedad en que vivimos. Porque si bien los chicos son responsables del suicidio y culpables de su comportamiento, también es cierto que son los frutos directos de una sociedad extraordinariamente permisiva con los niños desde el mismo momento en que nacen.

Un niño hoy es el rey absoluto del hogar haga lo que haga, rompa lo que rompa, chille lo que chille, y a medida que va creciendo aumenta su prepotencia cada vez más convencido de que no hay límite para sus caprichos. El niño así se convierte en un adolescente adusto y maleducado en familia y matón y maleducado en la escuela. Se dice que estos niños reciben poca atención de la familia y tienen lazos afectivos débiles; y se ha dicho también que no han sido educados en valores morales sólidos. Lo que se ha perdido, creo yo, es la conciencia de padres y educadores de que la educación y la formación consisten en enseñar al niño a que poco a poco forme su criterio sobre las cosas, vaya elaborando respeto por los demás, y adquiera conocimiento de lo que es la libertad que irá practicando más y más a medida que crezca. Sin embargo el reinado de un niño que ha crecido rodeado de todos los caprichos que sus padres se pueden y no se pueden permitir, no es un reinado feliz, sino un reinado en el que el niño al que nada le sacia y sólo ejerce el poder que ha adquirido desde la cuna. Frente a él y a su voluntad ni padres ni maestros osan oponerse.

Esta situación los padres se enfrentan a los maestros acusándolos de débiles y los maestros no tienen respuesta porque bastante tienen con soportar las gamberradas de estos matones imparables que crean en su entorno un grupo de adictos cuyo silencio exigen ante los actos de salvajismo. De ahí que la violencia a la que se dedican como grupo haya alcanzado en ciertas escuelas unos límites absolutamente inquietantes. Mofas, burlas, palizas, a veces no compartidas, son sistemáticamente ocultadas y silenciadas de tal forma que la violencia no hace sino crecer y la lucha contra ella se demuestra imposible.

¿Por qué callan los demás niños? Primero, nadie les ha enseñado que el silencio es cómplice, es decir, que el que calla ante una agresión es coautor de la misma; segundo, los chicos tienen miedo a pasar por chivatos y sufrir las represalias del grupo, y tercero, viven en un mundo en el que un niño, un muchacho que no sea un "machote" es digno de las mayores burlas y afrentas. ¿No es acaso así el mundo de los mayores y del que ven en la televisión? Es de "niñas", les vienen a decir unos y otros, no resistir, no solidarizarse con el culpable, no aguantar los posibles golpes de remordimiento y emoción que puedan provocarle las torturas al débil de la clase.

Los padres, que tan poco atentos están al comportamiento violento de sus hijos achacándolo a "cosas de la adolescencia" que siempre han ocurrido y siempre ocurrirán, no saben que un adolescente violento será una persona violenta, y un adolescente incapaz de denunciar tampoco sabrá hacerlo cuando sea mayor. Es más, el adolescente que ha sido vejado y torturado, o bien se retira del ruedo porque no lo puede resistir y se suicida --hay muchas formas de suicidio-- o se convierte a su vez en un torturador violento

*Escritora.