Este verano la agenda de festejos ha quedado negada por la pandemia. La ausencia de actos festivos ha dado paso a la rememoración de los acontecidos en años anteriores. Las orquestas y grupos musicales han dejado sus luces e instrumentos aparcados en garajes y locales y sus músicas sólo han sonado a través de grabaciones. Atrás quedaron sus directos en las plazas mayores de los pueblos, las actuaciones a ritmo de pasacalles, las largas sesiones de baile, las imágenes plasmadas por mi querida y siempre recordada amiga Fernanda Barnuevo desde diferentes rincones de España en sus libros sobre fiestas populares. Así, en 2020, existirá una laguna en las versiones de todos los programas de fiestas de los pueblos españoles. Con la anulación en cascada de todas ellas, esta edición nos la ha robado la covid-19.

Los grandes viajes a lugares exóticos, las visitas a ciudades históricas europeas han sido sustituidas por estancias en poblaciones rurales más cercanas. La contraprogramación nos ha llevado a la búsqueda de tranquilidad y de seguridad. El contacto con la naturaleza y los paseos respetando la distancia social han sido los protagonistas de estas vacaciones. Múltiples reservas de viajes y hospedajes quedaron canceladas y los planes previstos aplazados.

Mientras tanto, las redes sociales nos recuerdan aquellos días especiales de vacaciones de años anteriores, momentos que anhelamos que vuelvan a recuperarse. Ahora nos llaman la atención esas fotos en las que sin mascarilla asistíamos a espectáculos multitudinarios, instantáneas en las que se congregaban centenares de turistas por las principales calles de las ciudades más visitadas o en las que la juerga daba sentido a nuestra diversión vacacional.

"Normalidad de la buena"

Estos meses estivales teñidos por la ausencia de relaciones, por la merma de contacto social, añoramos la vuelta a la normalidad, a esa “normalidad de la buena” y, mientras, nos evadimos repasando recuerdos de nuestras vacaciones pretéritas.

El verano azul de nuestra infancia, las noches de “fresca” en las puertas de las casas, el aroma a carne a la brasa en las peñas o el color de los disfraces acompañados por charangas han dado paso a largas tardes de sesión doble de cine y series en el televisor, al seguimiento de las cifras de contagios en los informativos y a las noticias que avanzan cómo será el próximo curso escolar.

Apenas hemos escuchado hablar en otros idiomas en nuestras playas, los turistas extranjeros han sido escasos, hemos visto muchos bares y terrazas con un rendimiento mínimo y muchos negocios con la persiana cerrada.

En estos días de coronavirus, el crudo presente y la temida incertidumbre al futuro nos hace recordar aquella elegía de Manrique que decía “cualquiera tiempo pasado fue mejor”.