Un cuento. Así definió el director del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), Félix Sanz Roldán, la historia del pequeño Nicolás. Pero menudo cuento. Este joven con cara de eterno adolescente se ha hecho pasar hasta el momento por agente secreto, promesa política, pujante emprendedor y aprendiz de la mafia, como si fuera el protagonista de una novela de formación que se pasea sin empaques por las cloacas de distintos ámbitos de nuestra vida moderna. El cuento del pequeño Nicolás nos retrata con la claridad y la tozudez de un personaje literario la realidad española, como lo hizo aquel Lazarillo de Tormes o aquel don Quijote de La Mancha con las contradicciones de ese antiguo régimen que agonizaba --y sigue haciéndolo como pudimos ver con el mediático adiós a la duquesa de Alba-- o ya de vuelta a la actualidad, aunque sin abandonar la parodia, con la saga policial de Torrente, el brazo corrupto de la ley. El pequeño Nicolás ha entretejido su historia, al igual que ellos, con remiendos de realidad y ficción hasta difuminar las fronteras que las separa, como sucede en ese instante mágico en que el lector deja de sentir el libro que sostiene sobre sus manos y empieza a pasar sus páginas de forma involuntaria, o en el que la mente del espectador atraviesa el espacio que le separa de la pantalla para transformar su instantes en instantáneas. La única diferencia entre el pequeño Nicolás y sus predecesores es que su historia no fue creciendo en la imaginación de un escritor, sino en la del propio personaje, según embaucaba a una serie de fantoches y personajes de la empresa, la banca, la política y hasta la realeza, que son al igual que él, aunque cueste creerlo, de carne y hueso.

Periodista y profesor