La inesperada muerte del cantautor Joaquín Carbonell, casi coincidiendo con el décimo aniversario de la desaparición del polifacético José Antonio Labordeta, pone más en valor un lema que no por repetido pierde importancia: «Un país sin cultura es un país sin identidad». Gente de la cultura como ellos y otros muchos más han sido básicos para consolidar una identidad aragonesa. Por eso la cultura no se debe apagar. Pero hay que ir más lejos. La cultura es beneficiosa para la salud y para el bienestar general y estos momentos de pandemia no pueden seguir frenando una actividad que mueve la economía de muchos aragoneses pero, sobre todo, que hace que tire a otros sectores. La cultura como ocio también es imprescindible y debería ser momento para poner más en valor la industria cultural y, sin apostar por una cultura subvencionada, ni mucho menos, sí buscar una estrategia común con todas las partes para, incluso, lograr ese «enfoque renovador» del que hablaba hace unos días el presidente del Gobierno de Aragón, Javier Lambán.

Ayer mismo se celebró la quinta edición del festival Huesca es jazz, en un formato reducido pero con una oferta muy variada, o empezaba el viernes la temporada del Auditorio de Zaragoza con un concierto del violinista Ara Malikian. Son dos ejemplos de actividades que en plena pandemia se han mantenido, aunque habría muchas más, sobre todo en la provincia de Huesca, que parece que aguanta mejor que Zaragoza, y especialmente su capital, los tiempos de la nueva normalidad. Presentaciones de libros también se están sucediendo, como las de los aragoneses Ignacio Martínez de Pisón o Margarita Barbáchano, e incluso esta semana que acaba se entregaron los Premios Búho de la Asociación Amigos del Libro. Es verdad que desde las instituciones aragonesas se quiere dinamizar el sector cultural y ahí está el ejemplo de la Diputación Provincial de Teruel que acaba de aprobar el programa Cultubral para llevar poesía, música, teatro y humor, en plan gratuito, a las plazas de muchos pueblos y que sirva para dar vida a compañías y colectivos de la tierra. Y el Gobierno de Aragón , en boca de su director general de Cultura, Víctor Lucea, también ha anunciado unas ayudas económicas a la contratación y al tejido empresarial para sostener las estructuras, fomentar las contrataciones y estimular la demanda cultural. Todo correcto.

Pero al sector le escuecen muchos gestos como las declaraciones de abril del ministro de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribes, cuando citó al cineasta Orson Welles con un desafortunado: «Primero la vida y después el cine». El ministro es el que tiene que preocuparse de la supervivencia del sector y su respuesta tardía y poco sólida no da muchas esperanzas. Cierto es que en Aragón desde la consejería se ha hablado de elaborar un plan estratégico de cultura que dé respuesta a la situación creada por la crisis sanitaria. Adelante, pero no hay que dormirse. Es lo que dijeron las más de 400 personas del mundo del espectáculo que el jueves se manifestaron en Zaragoza diciendo basta a esa pasividad institucional (una protesta secundada en 28 ciudades españolas) porque se consideran en alerta roja.

Negro panorama

Con todo, el panorama es negro más que rojo, pero se está a tiempo de recuperar. Zaragoza siempre ha tenido un gran nivel cultural y en los últimos tiempos empezaba a salir del letargo en el que había entrado tras la Expo del 2008, y probablemente también fruto de la crisis económica. La mezcla de instituciones públicas con entidades privadas había vuelto a funcionar. Solo hay que ver cómo la capital era una de las que más bares o recintos de copas tenía en España con actuaciones musicales (un lujo de jueves, sobre todo) pero también en teatros y compañías aragonesas o en la proliferación de autores aragoneses. Todo con calidad, porque Zaragoza es muy provinciana para muchas cosas, pero no para la cultura, donde afortunadamente se ha mantenido una identidad propia.

Septiembre y octubre tienen un peso fuerte en la cultura de la capital y este año, aunque no haya fiestas del Pilar, hay que intentar mantener el nivel. Con las distancias de seguridad que marcan las autoridades sanitarias, con el aforo que sea el debido, pero es fundamental que la cultura pueda llegar a los ciudadanos. Es otra forma de hacer territorio y los ejemplos de Carbonell y Labordeta sirven, pero también otros muchos que llevan años estando ahí, o que aparecen nuevos, como la directora de la galardonada película 'Las niñas', Pilar Palomero.

La cultura está en alerta, pero los ciudadanos, los aragoneses, deberían estarlo también. No hace falta una cultura subvencionada, pero si que se tengan en cuenta las ayudas públicas para un sector que hace ya días que también ha lanzado un SOS. Esas líneas como las anunciadas por el Gobierno aragonés (y que necesitarían un mayor esfuerzo del Ministerio de Cultura) son un paso importante y nunca se debe pensar que el dinero se necesita más en otros sectores o en otros campos. La cultura es un motor social y toca el corazón. No se debe apagar más de lo que ya está.