Nuestro mundo ya no es aquel viejo edificio de principios incontrovertibles y grandes ideas y programas, sino una veleta girando alrededor de la moda.

La verdad absoluta ha pasado a la historia --no, precisamente, en letras de oro--, y sus detentadores van camino de convertirse en fanáticos. El hombre de hoy es un camaleón, el reflejo múltiple de una voluntad plural. Sabe demasiado, y posee demasiada información como para limitarse a ejercer de simple gregario del poder. Su estilo no puede responder a la grandilocuencia, sino a la flexibilidad. Su principal característica es la duda; su mejor don, el análisis; su planteamiento óptimo, el pacto.

El hombre de hoy es maleable, como su pensamiento. Por eso, y por la vertiginosa sucesión de acontecimientos, necesita revisarse constantemente y revisar cuanto le rodea. "No es preciso leer una novela con el fervor extático de una religiosa contemplando el Santísimo Sacramento", escribió William Somerset Maugham en sus cuadernos de viaje, a propósito de la rocosa veneración que algunas obras de su tiempo merecían por parte de la crítica. Y traigo a contrapelo esa irónica observación del autor de El filo de La navaja porque sería extensible a otras materias.

A las Cortes de Aragón, por ejemplo, donde sus señorías se esfuerzan por desmontar los principios axiomáticos del Pacto del Agua, sometiéndolo a una verdadera deconstrucción, en aras de un futuro pacto.

Todos los partidos, reunidos en comisión, han dado muestras de ceder en sus planteamientos maximalistas. Todos, menos, según constató Marcelino Iglesias en su última intervención parlamentaria, Chunta Aragonesista, que continúa aferrada, año tras año, a las mismas ideas-fuerza, a idénticos argumentarios. Cambian los gobiernos, cambia el Plan Hidrológico, cambian los planteamientos de riego, pero CHA no cambia. Por eso el prócer socialista pudo darse el lujo de tildar a la formación nacionalista de "conservadora". Adjetivo que sin duda tuvo que doler a esos grandes defensores de las vanguardias ideológicas... del pasado reciente.

Tampoco funcionan los dogmas en el ya largo y peliagudo conflicto del campo de fútbol de La Romareda. El presidente del club deportivo, Alfonso Sólans, principal y casi único usuario de las instalaciones, se ha pronunciado finalmente a favor del traslado del estadio. Rechaza así, taxativamente, la ingeniosa ñapa del concejal del ladrillo, Antonio Gaspar, para remodelar la vieja Romareda, dejándola en su actual ubicación y financiando la operación con el alzamiento de un par de torres para usos residenciales y comerciales. Pero Gaspar --y, por extensión, Belloch-- carecen de cómplices en sus planteamientos restauradores. Ni el PAR ni el PP, con fuertes apoyos en el sector de la construcción, están por la labor de dejar las cosas más o menos como están, y la DGA, institución que al cabo debe sancionar la operación, pone demasiadas pegas al Ayuntamiento como para predecir una rápida solución al conflicto.

Chunta y PSOE deberán hacer un esfuerzo para recuperar el consenso, o de lo contrario difícilmente podrán sacar adelante sus planes. Es la hora de hablar con los otros.

*Escritor y periodista