Qué machotes aquellos que convierten a las mujeres en culpables de la violencia de género. Casi mil asesinatos perpetrados por machistas que tienen miedo de denuncias falsas. Ahora resulta que se sienten discriminados frente a las mujeres.

Con la cantidad de problemas que tiene este país, con la cantidad de razones que hay para hacer política, resulta que lo prioritario es derogar la ley que protege a las mujeres contra la violencia de género. Se les llena la boca de patria, bandera, familia y religión por la mañana y por la tarde niegan derechos a la mitad de la población; dejan indefensas a las miles de mujeres en la causa que vergonzosamente llevan contra ellas. ¡Qué entrañablemente cristiano y familiar!.

Qué cinismo emplear a los inmigrantes en los trabajos más duros, bajo los plásticos de los invernaderos, en la recolección del campo y la atención a las personas mayores y necesitadas, explotándolos al máximo, y al mismo tiempo atizar con el miedo y la desconfianza a nuevas culturas y comportamientos: les sacan doble rentabilidad, la económica y la política. Saben que son imprescindibles para la economía de este país, pero cuanto más miedo les meten, más baratos les saldrán. Se les nota esa España casposa del pasado, en blanco y negro, que llevan dentro cuando «mienten para convertir al pobre en delincuente y a las mujeres en brujas», cuando alardean de otros tiempos que nada tiene que ver con la España moderna y libre, moderada y europea que queremos legar a nuestros hijos.

Qué rencor transmite la propuesta de anular la ley andaluza de memoria histórica. Todo por no querer reconocer la dignidad de las personas que fueron víctimas de la violencia, por evitar la localización e identificación de los restos de personas asesinadas por la dictadura. Para impedir que sus hijos y nietos se reencuentren en un funeral. ¿Por qué esa obsesión en borrar la memoria de tantos miles de ciudadanos que solo quieren saber dónde están los suyos para llevarles flores?. La vida, los recuerdos, los libros, las canciones, conforman nuestra memoria, y por mucho que anulen leyes no las podrán ocultar.

El franquismo que rezuman sus propuestas se retrata aquí más que en ninguna otra; querer borrar un pasado de terror y muerte que acompañará siempre a la dictadura es imposible, la historia gira en sentido contrario.

Alardean de su euroescepticismo, como Le Pen en Francia, Salvini en Italia, la extrema derecha alemana, sueca, danesa, austriaca y británica. Supone oponerse a otro de los grandes pactos de Estado que arrastramos desde 1977, cuando se optó por la entrada en el entonces Mercado Común Europeo. Para ellos las instituciones europeas son prescindibles, y aunque ya no llegan a plantear una salida del euro, sí optan claramente por recuperar la Europa de las naciones, con sus fronteras, su restricción de inmigrantes y el nacionalismo como identidad y arma en futuros conflictos. Son los nuevos fascistas que se presentan como pacifistas, más demócratas que nadie, utilizando las urnas para legitimarse, pero de sus orígenes mantienen la xenofobia, el nacionalismo, la misoginia, el rechazo a los derechos humanos, la manipulación de la realidad y el desprecio a la ley.

Cuando el PP claudica ante ellos pactando su apoyo al Gobierno andaluz y acordando diecinueve propuestas programáticas, pone en riesgo su compromiso constitucional y democrático, porque cuestiona pactos de Estado que están por encima de siglas y tacticismos interesados.

Además eso obliga a que Casado busque atajar la fuga de votos con una campaña agresiva en materia inmigratoria, pero también en temas de igualdad, al considerar el feminismo como ideología de género, radicalizándose contra el independentismo catalán hasta proponer la aplicación del 155 de forma casi perpetua. Imitar el discurso hueco y rancio para reconquistar sus votos fugados es muy arriesgado, porque la agenda maximalista que nada tiene que ver con las necesidades y problemas de la sociedad la marcan otros.

A pesar de que el pacto a tres ha incrementado la polarización identitaria e ideológica, las urnas, la valoración de sus propuestas, el debate de las mismas y las denuncias de sus falsedades, son los únicos elementos para combatirlos. Las algaradas callejeras, manifestaciones en su contra o agresiones a sus símbolos, solo sirven para darles más publicidad y convertir en mártires a quienes no lo son. Confío en que no tengamos que arrepentirnos todos del despecho de una derecha desacomplejada.