Casi un mes después de las elecciones autonómicas al parlamento de Andalucía siguen los prebostes de la Izquierda preguntándose qué ha podido pasar para que PSOE y Podemos hayan sufrido semejante descenso en votos y cómo es posible que un partido de extrema derecha haya obtenido tal avance electoral.

Unos y otros miran para otro lado y le echan la culpa a los votantes, como si el voto de los andaluces, y el de los españoles, fuera estático e inmutable. PP y PSOE estaban acostumbrados, tras más de tres décadas alternándose en el poder, a vivir cómodamente instalados en los gobiernos o disfrutando de una cómoda oposición. Pero las cosas han cambiado, y cómo.

Primero aparecieron Ciudadanos y Podemos, que les arrebataron casi la mitad de los votantes a cada uno de los dos grandes partidos, y en el último año Vox, que ha irrumpido de manera contundente en Andalucía, y ya veremos qué ocurre con los ultranacionalistas españolistas en las elecciones de mayo.

La Derecha lo ha tenido claro. Ante la imposibilidad de mantenerse unida bajo unas únicas siglas por demérito de ese diletante e inane Mariano Rajoy, se ha recompuesto y, sin dejarse un sólo voto en la abstención, ha sabido reorganizarse, estructurarse en tres formaciones y alcanzar pactos, más o menos vergonzantes, para alcanzar la mayoría absoluta en escaños y optar con muchísimas posibilidades a gobernar Andalucía.

Por su parte, la Izquierda no ha dejado de hacer el memo. El PSOE, cuyo defenestrado secretario general regresó para convertirse en presidente tras una moción de censura, pierde votos elección tras elección, y parece sumido en una línea descendiente que ya se verá a dónde lo conduce. Podemos anda sumido en una trifulca tras otra y, acabado el tiempo en el que parecía traer ciertos aires de renovación y no pocas esperanzas, se halla preso de sus propias contradicciones, con sus egoístas dirigentes practicando sin el menor sonrojo esa política de casta que tanto criticaban. Por fin, Izquierda Unida anda rompiéndose a pedazos, con constantes desgarros a costa de proclamar una irónica unión que sus principales dirigentes son los primeros en boicotear.

La Izquierda, que todavía no ha hecho el menor ejercicio de autocrítica, no se ha dado cuenta, o no ha querido ver, que ha sido su práctica mendaz, sus promesas incumplidas, sus programas baldíos y el aferrarse al puesto de sus dirigentes lo que ha provocado su hundimiento en Andalucía. Y me temo que en unos meses ocurrirá lo mismo en el resto de España. Al tiempo.

*Escritor e historiador