Si hay que poner una figura que facilite el diálogo (relator) entre el Gobierno de España y los independentistas catalanes, el presidente Pedro Sánchez tiene un problema. Si debe ser la vicepresidenta Carmen Calvo la que explique esta torpeza para que parezca menos chapuza, el Gobierno tiene un problema. Si estas actuaciones han generado una incertidumbre total en muchos de los barones socialistas y entre muchos de sus votantes, el PSOE tiene un problema. Si los separatistas solo entienden el diálogo para resolver el conflicto catalán cuando el poder Ejecutivo consiga inmiscuirse en el Judicial y cambie su orientación, Cataluña y España tienen un problema. Y si además la derecha ahora en la oposición (y la que está fuera del arco parlamentario) solo busca sacar rédito de la situación en su particular competición por tener más espacio electoral y para eso solo cabe endurecer el discurso (incluso con afirmaciones falsas) y encender las calles, España tiene un problema. Y todos estos problemas nos conducen a una descomposición de todo y de todos que tiene mucho relato con muchas interpretaciones pero una muy difícil resolución.

Lo primero que habría que decirles a todos los políticos es que tienen que tener mucha más cordura. Para todo. No es normal que a todos los ciudadanos, a los periodistas, a los sindicalistas, a los trabajadores que ven peligrar su empleo y a otros muchos españoles, se les pida en momentos concretos calma y sosiego ante situaciones excitantes por el bien de la colectividad, y ahora los políticos estén dando el espectáculo de esta semana. No es nada normal. Insultos y expresiones como «alta traición» (solo traición debe ser poca cosa), «felonía», «conjura contra España», «presupuestos manchados de sangre» u otras belicistas que hemos oído y leído todos estos días son demasiado fuertes y solo añaden más leña al fuego y no aportan ninguna solución al conflicto que tiene el país con Cataluña.

Si el Gobierno de Sánchez o el propio presidente del Gobierno ha cometido un delito, la responsabilidad de los partidos de la oposición debería conducirlos hacia los tribunales de Justicia. Y si además el jefe del Ejecutivo es «incapaz» (como dicen) para desempeñar su papel, deben dirigirse al Congreso de los Diputados que es donde están los instrumentos políticos para decir basta. Si por oportunismo electoral de PP y Ciudadanos y por el simplismo y el descaro de Vox, lo que a la oposición de derechas se le ocurre es volver a sacar banderas españolas a los balcones y a las calles y concentrarse ante Colón (el de Madrid, no el de Barcelona) para gritar «váyase señor Sánchez» (como el modelo de Aznar con Felipe) estaremos aumentando la descomposición de los políticos, del país y de sus instituciones.

El presidente del Gobierno o su jefe de Gabinete, Iván Redondo, o quien sea, se ha equivocado planteando la figura del relator. Es evidente. Aún peor, no han sabido gestionar bien la política informativa (hasta la ministra Portavoz, Isabel Celaá estuvo ausente de la rueda de prensa del Consejo de Ministros del pasado viernes). Y parece que a la vuelta de José Luis Ábalos de su viaje a México se ha impuesto la cordura y se ha intentado reconducir la situación, rompiendo el diálogo con los independentistas. No porque no haya que dialogar, que es lo que hay que hacer, justo lo que no quiso hacer Mariano Rajoy y aquí seguimos embarrancados, sino porque hay que dar marcha atrás a esta convulsión que puede romper más a los propios socialistas. Era evidente que Lambán o Fernández Vara o García Page no piensan lo mismo que los sanchistas sobre cómo intentar resolver el lío catalán. Pero también saben que a tres meses y pico de someterse a unas elecciones autonómicas, lo que menos les interesa es que un golazo catalán al Gobierno les encamine a la situación de Susana Díaz.

Negociar nunca puede ser sinónimo de traicionar. Y es evidente que el PSOE nunca lo va a hacer fuera del marco constitucional. Lo que hace falta es sosiego, volver a la unidad de los partidos frente a los independentistas y no querer sacar provecho político de una situación que solo crea una alarma excesiva. Si a Sánchez no le aprueban los presupuestos (quizás podría ser la salvación para hacer frente a los catalanes con un Gobierno más fuerte) no le quedará más remedio que convocar elecciones, aunque sea en otoño. Pero con calma y sosiego. Sin excesos.

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