Para el 2004 recién empezado y para Sus Majestades de Oriente, la única monarquía mágica del mundo: que un rabino israelí y un dirigente palestino conversen de razones y no de religión mirando los muros de la vergüenza y las lamentaciones; que la paz sea una intención y no una palabra prostituida en boca de mentirosos; que el diálogo una necesidad y no una quimera o un espectáculo mediático; que la cultura una práctica y no un escaparate; que la convivencia una costumbre y no un deseo insatisfecho; que la dignidad un valor y no un concepto prehistórico y aburrido; que el mar un anhelo y una vía de comunicación y no un negocio; que la libertad un hecho y no un billete de dólar o un olvido en el desierto; que el amor un sentimiento inmenso y no una hipoteca compartida; que un ministro un servidor público y no un pretencioso sin vergüenza; que el agua un recurso y no una amenaza política; que la nación una convención democrática voluntaria y compartida y no un discurso impuesto; que el planeta un mundo y no un desastre; y que las palabras sirvan para explicar y quizá para convencer y no para engatusar ni manipular. ¿Poco original?, ¿utópico?, ¿infantil?, ¿el canto de cada año?. Bueno, así son las cosas.