L a desescalada y sus cuatro fases implica aflojar un poco el confinamiento, pero en modo alguno pensar que este no existe. Seguimos confinados. Y si obedecemos los pasos que dicta el Gobierno iremos aliviando el encierro. Por mucho que a algunos no les guste la terminología bélica, sí estamos en guerra, y es una manera precisa de entender las normas que hay que cumplir. El pasado domingo la mayoría de los españoles cumplió lo establecido con la salida de los niños a la calle, pero hubo ejemplos deplorables de hasta dónde llega la irresponsabilidad de los padres: parejas en grupo saludándose y hablando en cercanía como si fueran en cuadrilla, mientras los niños jugaban entre ellos como la cosa más natural del mundo. Paseantes sin hijos aprovechando la ocasión y la algarabía general, los dueños de mascotas sacando al perro por cuarta vez para airearse bien. Pues no. No es natural. Porque la propagación se puede multiplicar exponencialmente en cada contacto del personal que no lleva mascarilla, ni guantes y es portador del virus aunque no lo sepa. En este sentido, a los niños hay que controlarlos porque podrían ser portadores en potencia sin tener síntomas aparentes. La hora de los niños menores de 14 años acompañados es de 60 minutos al día.

En España hay alrededor de siete millones de menores de 14 años. Imaginemos el peor escenario: en caso de contagio al ir acompañados de sus padres habría que triplicar la cifra. Y si estos se juntan con más gente sin guardar la distancia social, seguiremos multiplicando. Así funciona esta maldita pandemia.

Miedo me da pensar en este sábado cuando podamos salir, por fin, a la calle a hacer deporte, caminar o pasear. Tendremos que hacerlo como nos mandan los que saben. Respetando escrupulosamente la normativa. No en parejas, ni grupos, ni batallones de corredores que si no te apartas tú, te arrollan. Es decir, salir con cabeza. No vaya a ser que nos contagiemos después de un mes encerrados en casa cumpliendo con cabal obediencia. Para no enfermar ni contagiar, ni saturar a los hospitales.

Y de estas cosas no tiene la culpa el Gobierno. Somos nosotros los responsables de que las fases de la desescalada vayan bien o regresemos al pico del bicho y al confinamiento más severo. Y no perdonaré jamás que, los que cumplimos, volvamos a la reclusión por la actitud de esos individuos que siguen yendo al supermercado sin mascarilla, tocan los productos con las manos y los dejan, te rozan al pasar con desprecio en su imbecilidad prepotente. Pasan de las noticias y de las recomendaciones. Ponen en riesgo a sus hijos y a los demás al no educarlos correctamente.

A los que ignoran lo que está pasando porque son así de chulos. A los que se quejan de que no les salen las cuentas si abren las terrazas, bares o restaurantes con las medidas exigidas de aislamiento, y piden barra libre. Que sepan que a nadie nos salen las cuentas hasta que todo pase. La desescalada no es ninguna fiesta. Y ahora depende de nosotros.

*Periodista y escritora