Hay asuntos que aparecen en los medios de comunicación y, de repente, desaparecen. Una de estas noticias, que a mi me impactó mucho, fue la del secuestro de unas 200 jóvenes, algunas casi niñas, en Nigeria por un grupo islamista, Boko Haram. ¿Dónde están hoy? No lo sabemos. Alguna noticia, menor, en unas líneas se nos dice que varias han aparecido, embarazadas o con un bebé, pero poco más.

Viene esto a cuento porque el tema del que me voy a ocupar está de moda. Por periodistas o escritores, por políticos, lo cierto es que hoy se habla de despoblación. En España y, mucho, en Aragón. Y en la manifestación, claro. Bastante menos en campaña electoral. Quien la esté siguiendo estará de acuerdo conmigo.

Yo tengo una visión alejada de la habitual. Creo que la despoblación es un hecho, eso no se puede negar, pero no estoy de acuerdo en que tengamos que abordar el asunto como si fuese un problema al que debamos dedicar ingentes cantidades de dinero. El mundo va hacia las ciudades y ese es un camino irreversible, no hay más que ver los desarrollos de Nueva York, Delhi, México DF, Buenos Aires, o Barcelona y Madrid entre nosotros. Las ciudades cada vez crecen más y el medio rural disminuye. Todo padre aspira a que su hijo tenga lo mejor y eso está en la ciudad. Los jóvenes quieren divertirse y eso se hace en las ciudades. Por mucho que dediquemos dinero para revertir esa tendencia no lo conseguiremos.

Para mí la manera razonable de abordar esta cuestión es la de los derechos. Vivimos en España y nuestra constitución garantiza unos derechos, sin distinción de quien viva en una ciudad o en el medio rural. Eso es lo que tenemos que exigir. Educación, sanidad, comunicaciones, atención social, todo eso deberíamos tenerlo garantizado de forma razonable en cualquier punto de nuestro país. No se trata de que haya un hospital en cada pueblo pero sí de que haya medios suficientes y próximos para que se pueda abordar un problema de salud en tiempo y calidad razonable. Si alguien puede permitirse el lujo de trabajar desde su casa, debe tener banda ancha para que sus comunicaciones sean perfectas. Cuando los niños se conviertan en jóvenes deben disponer de un instituto de calidad, con buenos profesores, a una distancia lógica y con unos medios de transporte modernos.

Llenar los pueblos de polígonos industriales no sirve de nada. Poner una piscina cubierta es muy caro y su uso no justifica su construcción ni su mantenimiento. Una autovía es magnífica para los desplazamientos pero no ayuda a reducir la despoblación, tal vez al contrario. Si de Zaragoza a Alcañiz hay una autovía no vivirá ni un médico en esa localidad del Bajo Aragón, todos irán y volverán a diario.

En los pueblos, generalizo, no se vive peor que en las ciudades. En los pueblos no se vive mejor que en las ciudades. En los pueblos y en las ciudades se vive de forma diferente, ni mejor ni peor. En algunos barrios periféricos de las grandes ciudades se vive peor, mucho peor, que en cualquier pueblo. La asistencia sanitaria, los colegios, el desplazamiento al trabajo, son mucho más complicados, peores, que en los pueblos.

La queja, el grito, están bien, puede servir, pero no los sacralicemos. Algunos de los que se manifiestan luego votarán a partidos que no han hecho, ni harán, nada por mejorar las condiciones de vida en los pueblos ya que son urbanitas por definición. Muchos de los que se manifiestan viven en ciudades, por las razones que sean, y no volverán a los pueblos. Yo soy de pueblo, he nacido en uno: María de Huerva (Zaragoza) porque mi padre era guardia civil y entonces nacíamos donde tocaba. He vivido mis primeros años en esa libertad semisalvaje que permitían los pueblos de entonces. Pero, con siete años, vinimos a vivir (nuevo destino de mi padre) a Zaragoza, al Picarral, luego al Barrio de Jesús y, finalmente, a la avenida de Cataluña. Y viví exactamente igual, eran extrarradios y estábamos en la calle todo el día. ¿Diferencias?: ninguna. Sí las hubo, y muy notables, a la hora de ir al colegio, y al cine. ¿Cambiaría hoy Zaragoza por un pueblo? No. Voy con frecuencia a uno, Cubillejo de la Sierra (Guadalajara) donde mantenemos la casa de mis antepasados, y estoy muy a gusto, pero no me iría a vivir allí, aunque tuviese autovía en la puerta.

Situemos el debate en sus justos términos: que cada cual viva donde quiera y que los responsables políticos traten de garantizar la igualdad en derechos en toda España. No tratemos a todos por igual, no lo son, y es en la contienda política donde tenemos que situar nuestras quejas. Vienen elecciones, nos hacen propuestas y dentro de cuatro años podremos analizar. Si votáramos de acuerdo con los resultados de esas promesas, al terminar la legislatura, mejor nos iría.

*Militar. Profesor universitario. Escritor