Este fin de semana se ha celebrado en Madrid una tormentosa asamblea en la que el señor Llamazares ha vuelto a ser elegido coordinador general de Izquierda Unida. Esta formación, la única a la izquierda del PSOE con implantación en toda España, anda de capa electoral muy caída, y en buena medida la responsable de tan reiterados fracasos electorales es, además del injusto y antidemocrático sistema de reparto de escaños --aquello de una persona, un voto, es papel mojado en este país--, la actitud cerrada y victimista de la dirección que ha encabezado Llamazares durante este periodo. El coordinador general de IU, que tantas lecciones de democracia suele dar, debería darse cuenta de que ni su persona, ni su actitud, ni su programa, ni sus maneras sirven para atraer el voto que requiere una coalición que pretende, a través de la urnas, transformar la realidad y alcanzar una sociedad más libre, igualitaria y justa. Desde el exterior, da la impresión de que los actuales dirigentes de IU sólo piensan en mantener su raquítico sillón, y que no tienen la menor capacidad de ofrecer a la sociedad española un proyecto que ilusione y rejuvenezca los más válidos postulados de la izquierda. Enrocados en posiciones maximalistas, los dirigentes de IU, con Llamazares a la cabeza, no han sabido responder a sus fracasos electorales de la única manera que se entiende en democracia: la dimisión y dejar que otros, con más ideas e impulso, intenten recuperar el electorado perdido. Pocas lecciones puede dar el que no quiere aprender.

*Profesor de universidad y escritor