Con cierta frecuencia los resultados de los Informes Pisa nos llegan a través de los medios de comunicación y casi nunca es para darnos una alegría. En el Informe del 2013 sobre España se indicaba que en lectura, matemáticas y ciencias seguimos estando "significativamente" por debajo de la media de los países de la OCDE. Otro apunte llamó mi atención, sabía como docente que disponer de mayores recursos socioeconómicos suele llevar aparejado, no por casualidad, una mejor tasa de éxito académico. Lo que desconocía es que la brecha entre los alumnos que disponen y de los que carecen de ellos no ha dejado de agrandarse desde el 2003. Este sí es un déficit democrático. El principio de igualdad poco es y de poco sirve si no va acompañado de la otra cara de la moneda: la igualdad de oportunidades, que reclamada por los ilustrados y revolucionarios franceses sigue siendo aún, a tenor del Informe, un reto para nosotros.

Esta misma semana un nuevo estudio realizado por la OCDE nos alerta de que los estudiantes españoles de 15 años están 23 puntos por debajo de la media en la resolución de los problemas cotidianos. En mi opinión, si el primer informe suponía una dura crítica a nuestro sistema educativo, este segundo lo es al conjunto del tejido social y en especial a la educación familiar. Respecto a la primera de las cuestiones, lo cierto es que podría calificarse casi de milagro que el resultado fuese mejor dado el trasiego de modificaciones normativas padecido por la Educación en España. ¿O es que alguien de verdad pensaba que andar creando y derogando leyes concernientes a cuestión tan trascendentes no iba a conllevar consecuencias negativas? Amenaza o promesa, según se mire, en cada periodo legislativo, y sobre todo en cada campaña electoral, nuestros políticos nos avanzan que, a poco que puedan, modificarán el legado recibido de sus predecesores y contrincantes políticos. Como si la palabra Estado no fuera con ellos, olvidan que la mayor fuerza proviene del diálogo, enzarzados en otro tipo de problemas y cuitas. Por otra parte, no faltan detractores a dicho informe, su metodología, objetivos y fin último. El profesor de filosofía y exministro de Educación, Ángel Gabilondo, es uno de ellos. Para él, que la educación es "un proceso civilizatorio", la Organización de Países para la Cooperación y Desarrollo Económico dirige intencionadamente su investigación hacia aspectos únicamente economicistas lo cual lleva a sesgar cuanto de emancipador hay en la formación. Y es que la educación va mucho más allá de los conocimientos técnicos, "es preciso que nos haga mejores", decía Montaigne. Con todo, el otro informe, el que valora las capacidades prácticas de nuestros estudiantes escapa, creo yo, a aquella legítima crítica. Entran ahí muchas y complejas valoraciones sobre nuestra dirección y camino. Políticos y ciudadanos hemos de reflexionar hacia dónde queremos, podemos y debemos ir. Es ciertamente difícil hacer de los individuos seres autónomos y libres, no hay recetas, pero sí conductas que no deberíamos potenciar. La protección en exceso, ese intento permanente de padres y familiares de evitar cualquier pequeño contratiempo a los niños, es el pan de hoy y el hambre de mañana. Sobreprotegerles ahora es desguarecerles después. El error, la equivocación y el límite son tan humanos y necesarios como el acierto, la superación y el premio, desterrarlos del día a día puede suponer un visado para la propia insatisfacción y el abuso ajeno. La incertidumbre y la fragilidad son compañeros de viaje porque vivir no es sino aprender.

Profesora de Derecho. Universidad de Zaragoza