De instituciones decadentes sólo debería esperarse eso, decadencia. La docencia en la universidad aragonesa es parte esencial de su razón de ser, pero asunto nunca debatido. Dos problemas se tocan aquí: el calendario académico, largo e irracional, y el excesivo número de convocatorias de examen anuales, que hoy son tres. Se ejemplificará el caso en el supuesto de una asignatura anual de un título de humanidades, impartida por un solo profesor, obligatoria, con una media anual reciente de un centenar de estudiantes.

El primer día de curso asisten sólo 25-30 estudiantes, de los que sólo la mitad declaran estar matriculados e ir a seguir la asignatura, incluidos varios estudiantes extranjeros (Erasmus). Los demás desaparecen casi de inmediato. Durante varias semanas la rotación de estudiantes será continua, y no puede ser de otro modo: el curso empieza cuando la matrícula aún no ha finalizado y además cuando el anterior aún no ha finalizado, por culpa de las tres convocatorias: la tercera tendrá lugar en diciembre. Las clases han empezado pero el profesor no tiene casi nadie a quien darlas. Empezar ¿para el 15% de los estudiantes? ¿Qué dirán los demás?

Pasa el Pilar, y el grupo ha crecido: son 40-60 estudiantes, muchos ya matriculados pero no todos; los Erasmus, que desaparecieron y llevan varias semanas pagando piso sin saber muy bien qué pasa, vuelven a aparecer. Se alcanza el máximo de asistencia. Llegan los exámenes de diciembre (tercera convocatoria del curso anterior) y nueva rotación: 15-20 estudiantes de los que empezaron no pasan materias y dejan la asignatura, y otros 10-15, que sí pasan la cogen ahora. Para entonces ya se ha impartido el 33% de la docencia. Los exámenes no interrumpen las clases, pero muchos estudiantes no asisten, claro. Navidad: dos semanas largas más de fiesta, pero al menos ya hay listas definitivas. Se puede comprobar que los que asisten son menos de la mitad. Sólo una pequeña parte empezó el curso.

A fines de enero llegan nuevos exámenes, los del primer semestre, esta vez sobre asignaturas del nuevo curso, y nuevamente hay dos semanas no lectivas (en algunos centros tres). El curso adquiere por fin un ritmo digamos normal. Una docena de estudiantes suspenden en esta u otras asignaturas y deciden abandonarla. Otros piensan: voy bien con las otras, ha pasado ya medio curso pero como hay un examen final único preceptivo aún puedo coger esta, ¿por qué no probar? Y se incorpora otra docena de estudiantes. Entre febrero y mayo hay un goteo de abandonos, y los exámenes de junio no reúnen al final más de 40 estudiantes. Como mucho sólo 10-20 han seguido el curso desde el principio.

El resultado es este: se matriculó un centenar de estudiantes, han seguido el curso menos del 50%, con continuas rotaciones, abandonos e inasistencias, y sólo un 15-30% del total de los que se examinan al final han seguido el curso completo. Muchos han pagado matrícula por un curso que no han seguido; la universidad ha reservado aula grande para un grupo en realidad pequeño, y el profesor ha tenido que empezar las clases sin la mayoría de los matriculados y ha sufrido una elevada rotación de los asistentes a clase. Bien, toda la docencia universitaria no funciona con este sistema docente (aunque hay otros problemas que aquí no se tocan), hay matices diversos, pero que está bastante extendido es innegable. ¿Dónde hay que buscar las causas de tal ineficiencia?

Algunas no son imputables a una universidad que por ser pública y depender sobremanera de funciones, presupuestos y normativa que en buena medida le vienen dados, tiene poco margen de maniobra. Pero otras sí. El calendario lectivo es excesivamente largo porque está sembrado de interrupciones, fiestas y puentes, y como el número de horas docentes a impartir está prefijado por ley, para que quepan todos los días no lectivos hay que empezarlo muy pronto y acabarlo muy tarde. A ello se añaden las convocatorias de exámenes, de las cuales la tercera simplemente destroza el calendario académico, que empieza cuando el anterior no ha acabado y, lo que es peor, refuerza la idea de que la docencia consiste sólo en impartir contenidos que se miden en exámenes. Durante casi tres meses muchos estudiantes empiezan un curso sin saber los resultados del anterior. Con ella, como queda demostrado, los estudiantes pierden una docencia que han pagado en la matrícula.

En Europa, en América, las buenas universidades buscan y tienen muchos estudiantes foráneos (que por tanto han de pagarse alojamientos), los períodos lectivos concentrados en bloques sin interrupciones (lo que ahorra tiempo de un alojamiento costoso), y una docencia que atiende no sólo a impartir conocimientos sino también a desarrollar habilidades. Hay pocas convocatorias: dos e incluso sólo una. Se estimula que el estudiante se examine cuando esté realmente preparado, y que el resultado sean menos exámenes y un número más alto de aprobados en cada uno. Muchos suspensos indican que la docencia no es adecuada, o que los estudiantes afrontan los exámenes poco preparados, quizás porque tienen muchos. O las dos cosas.

Las universidades que no toman decisiones han desarrollado principios muy eficaces para conseguirlo. El más conocido es el llamado principio del antecedente peligroso, que dice así: toda acción que en la universidad se emprenda por primera vez, o es un error o constituye un antecedente peligroso. De lo que se infiere que por principio hay que procurar no hacer nada que no se haya venido haciendo anteriormente. ¿Conseguirá la universidad tomar decisiones y dejar de hacer lo que se viene haciendo? En fin, si prevalecieran argumentos así, lo único que cabe ya es callar. Callemos ya. Escuchemos con atención y oiremos un leve murmullo. Silencio. Es el murmullo de la decadencia.

*Profesor de Universidad