Hoy está muy extendida la idea de que los políticos, en general, y los nuestros, en particular, son un desastre. No pretendo convencer a nadie de lo contrario ya que nos encontramos en el mundo de las creencias y ahí cada cual tiene las suyas, pero no estaría de más recordar a algunos políticos que lo hicieron bien, incluso muy bien, en su momento pero que suscitaron importantes odios que les llevaron a la muerte.

No hay un manual para el buen político. Tampoco unas características personales determinadas. Lo único que tienen en común es querer ser políticos, dejando a un lado si lo desean por el bien común o por el suyo propio. También tienen todos una característica común: se les critica mucho cuando están en activo y, a veces, se les recuerda con aprecio cuando llevan muchos años lejos de la actividad política.

Quiero dedicar hoy estas líneas a recordar a dos políticos españoles, de épocas muy alejadas entre sí y de la nuestra, con características personales muy distintas, y que hoy están en la nómina de los bien recordados habiendo sido discutidos en su momento: Juan Prim y José Canalejas.

El general Prim hizo famoso un lema: o la faja o la caja. La faja es la roja que distingue a los generales y la caja era la manera de identificar al féretro. Era su forma de decir que haría todo lo posible por triunfar, incluso arriesgar su vida, y dado su final debemos concluir que consiguió las dos cosas. Un aventurero, esa es la definición que mejor le cuadra, y un líder natural. El riesgo como requisito para triunfar, todo para llegar a lo más alto. Si decimos que la ambición es necesaria para dedicarse a la política, a Prim le sobró. Nacido en una buena familia, en Reus (Tarragona), en el seno de eso que identificamos como la burguesía catalana, con padre notario y combatiente contra los franceses, llegando a ser capitán de las tropas españolas, no quiso seguir la carrera de las leyes y se inclinó hacia lo castrense. Hizo sus primeros pinitos como soldado en la primera guerra carlista, combatiendo a las órdenes de su padre, que llegó a mandar un batallón. Tras el fallecimiento, por enfermedad, de su progenitor, siguió combatiendo y ascendiendo, siempre por méritos en el combate, llegando a adquirir una gran fama por su valor. Compatibilizó la carrera militar con la política, algo habitual en aquellos años, y obtuvo acta de diputado en 1841, en las filas liberales. Por sus conspiraciones estuvo exiliado varios años, algo también frecuente en la España isabelina. Participó, con gran éxito en la guerra de Marruecos y fue observador internacional en el conflicto de Crimea. Capitán general en Puerto Rico y general en jefe de la expedición internacional a México, auspiciada por Francia e Inglaterra, para someter a Benito Juárez que se negaba a pagar la deuda externa. Nuevamente en el exilio, desde Ostende hizo célebre el eslogan de «abajo lo existente y Cortes constituyentes», poniendo en marcha la revolución de finales de 1868 que puso fin al reinado de Isabel II. Consiguió el nombramiento de Amadeo de Saboya como rey, en votación parlamentaria, y en el momento en el que era el líder indiscutible de la política española fue asesinado.

José Canalejas era hijo de un rico industrial. Muy joven hablaba varios idiomas y se le llegó a considerar un superdotado. Se licenció en Derecho y Filosofía y ejerció, con gran éxito, como abogado. Con ideas republicanas en su juventud terminó en las filas liberales de Sagasta, aunque siempre mantuvo ciertas diferencias con él. Fue ministro en la regencia de María Cristina cinco veces y en la monarquía de Alfonso XIII cuatro más. También llegó a presidir el Congreso de los Diputados. Con gran visión de futuro viajó en 1897 a los EEUU, la gran potencia en auge, y a Cuba, donde presentía el desastre que terminó siendo. Llegó a declararse «de orientación socialista» pero no marxista y, a pesar de ello, nunca renunció a sus creencias cristianas, aunque en lo político siempre se declaró anticlerical ya que a su juicio la jerarquía católica era muy dañina para los intereses de España. Magnífico orador, diputado desde 1881, tuvo que vérselas con los caciques Segismundo Moret y Eugenio Montero Ríos por el liderazgo de los liberales a la muerte de Sagasta. Su interés por la prensa le llevó a adquirir el Heraldo de Madrid que sería su gran altavoz. Con una enorme sensibilidad por el obrerismo puso en marcha importantes reformas en los casi tres años (1910-1912) en los que presidió el Consejo de Ministros al final de su vida.

Puestos a encontrar paralelismos entre los dos, además de progresistas y de haber sido asesinados cuando eran presidentes del Gobierno, tenemos que fijarnos en Cataluña. Prim siendo gobernador militar de Barcelona sometió a la capital catalana a un terrible asedio para poner fin a una gravísima revuelta nacionalista. Canalejas, que era defensor de la fortaleza del Estado centralista, fue acusado de pactar reformas favorables a cierto desarrollo político propio y diferenciado de Cataluña.

*Militar. Profesor universitario. Escritor