Las colas del hambre (horrorosa pero significativa expresión) crecen cada día más y albergan en su seno no solo a gente cuya situación ya viene cronificada de atrás, sino a rostros nuevos que hasta hace bien poco no hubieran imaginado requerir una ayuda social. Más allá de las víctimas sanitarias, hablamos del reguero de damnificados sociales que va dejando tras de sí la pandemia del covid. Gente que se ha quedado sin puesto de trabajo de la noche a la mañana y que casi sin darse cuenta se ha visto sin posibilidades y con un futuro muy negro por delante.

Cabe destacar cómo en especial han salido perjudicadas las mujeres. En la zaragozana parroquia del Carmen, por ejemplo, en el 2019 representaban el 8% de las personas que eran asistidas; actualmente la cifra se ha disparado al 18%. Muchas de ellas han perdido sus empleos como cuidadoras de personas mayores o e n la limpieza doméstica. En su mayoría tienen una escalofriante odisea detrás hasta llegar a regularizar su situación en España que ahora vive un inopinado capítulo amargo por culpa del coronavirus.

Para miles de personas en Zaragoza, el drama que les toca vivir sería imposible de superar si no fuera por distintas asociaciones, oenegés e instituciones. Al comedor del Carmen ya nombrado habría que sumar Cruz Roja, Cáritas, el Banco de Alimentos o el área social del Ayuntamiento de Zaragoza, por ejemplo. Se trata de puntales básicos de un entramado social que de momento aguanta, pese a que realizan esfuerzos muy por encima de sus posibilidades en la mayoría de los casos.

Dado que las consecuencias económicas de la crisis son ahora mismo impredecibles y que el panorama que se avecina, por mucho que la vacunación esté en marcha, es desolador, se antoja esencial que esa estructura se mantenga en pie y que sus prioridades se conviertan en las prioridades de todos. Por el bien de los más necesitados y de la sociedad en su conjunto.